Mulgora se los llevó a su isla y les sirvió un té en su choza que, más bien, eran un conjunto de cúpulas bajas interconectadas hechas con madera entrelazada y pieles de diferentes criaturas. Dentro de una de las cúpulas más amplias había una pequeña hoguera con hornillo, donde el agua empezó a hervir. Había todo tipo de artilugios de pesca, pieles, pescado secando en el exterior... los ojos de Tháendan se posaron en un mandoble colgado con cuerda de tendón en una de las paredes curvas: Dentellada, la espada de Mulgora. Porque toda espada debe tener un nombre.
Hablaron durante horas de Tyr Melián, de su vida eremita, de los Cuervos de Plata y de cómo eran una orden casi de caballería encargada de proteger Vivend y Lejano Vivend de los sureños alderlanders. De cómo la Niebla Roja había cambiado todo eso.
Una de las chozas con vistas al mar de Mulgora |
Idril enarcó las cejas. Hizo varias preguntas sobre los tiempos pasados, que Mulgora relató como eventos recientes. Acabaron comprendiendo que la mujer orco (de unos 40 años) tenía, o eso parecía, más de 300 en realidad. Eso excedía con creces la longevidad conocida para un orco. Algo pasaba en ella, o en esa isla extraña. Descubrieron también que esa mujer estaba presente y parte de esos siete personajes (3 enanos, 2 elfos 1 wolfkin y 1 orco) que salían representados en los picheles de plata de Tyr Melián.
Decidieron que los dioses Cuervo, Barro o Caudal tendrían algo que ver. El grupo insistió en que debía volver a Tur Melián con ellos para ayudar en la lucha contra Herrumbre y Heme.
Mulgora no quería volver a tierra, con otras gentes, ya que consideraba que los dioses la habían puesto precisamente allí. Quizá para aguardar a la venida de los tres compañeros.
Se pasaron dos noches en la isla aprendiendo algunos trucos que les valdrían para la lucha. Era una combatiente temible y astuta. Al amanecer del tercer día se despidieron en la playa con palabras amables. Mulgora estaría allí si necesitaban más ayuda, pero ahora era su momento de luchar; el de ella había pasado.
Les dio un mapa pintado en una extraña piel escamosa blanco (el primer mapa que habían visto), y les indicó varios lugares al norte, al este y al oeste... Se veía el pequeño islote del Fantasma (el hogar de Mulgora), la torre de Tyr Melián a su suroeste; el bosque de Aurakal rodeado por la ciénaga del Astado... La mina de Zarakzán justo al norte en medio de las Fauces de Frío, y otros lugares...
En runas antiguas se puede leer: "condena eterna al que se ría de este diseño en Paint". |
- Al norte, La Ciudadela: una antigua fortaleza elfa que custodiaba un Mal aún más antiguo.
- Caldarium, un valle al nor-noreste, enclavado entre los grandes picos de las Fauces de Frío; extraño por su clima cálido entre nieves eternas.
- Las Llanuras del Dolor, que ocupaban con taiga y tundra todo el este hasta el mar... pobladas por pequeños asentamientos de humanos norteños ailander, y tribus de orcos y goblins unidos en clanes.
- Una cruz marcaba las Colinas Rojas, un conjunto de terrenos irregulares donde los ríos manan rojizos hasta el mar.
A Tháendan le dijo que su espada de sílex era ya vieja cuando Jornen la encontró. Los tres enanos la separaron en tres partes para que no cayera en malas manos cuando empezaron a intuir el final. Sin saber demasiado, creía que una de ellas podría estar en las Fauces de Frío, quizá por los valles de vapor del Caldarium.
Quedaba mucho por explorar y descubrir, sin duda.
Nada mejor para un Sandbox que cuando los personajes reciben, por fin, el mapa ☺️
ResponderEliminarA la espera de sigan completándolo ellos, que me parece que otro de la zona no les va a caer tan fácilmente ;-)
EliminarGracias por leerme y comentar!