El camino, una vez cruzado el Bruinen, fue extraño... como una
ensoñación. Tres elfos se encontraron con los tres montaraces, burlándose
de ellos por sus barbas incipientes y sus modales refinados al tiempo
que toscos, típicos de los Hombres del Oeste.
Fueron guiados a la
Casa de Elrond, donde dieron la noticia de la muerte de sus parientes, entregando las joyas que habían encontrado.
Glorfindel el hermoso no pudo ocultar la sombra en su rostro al conocer
la noticia. Erestor avisaría a los familiares más directos de los tres
voluntarios que, alertados por el águila Ausorne, habían partido
orgullosos en ayuda de los hombres. Pocos elfos más seguirían su
ejemplo. Cenaron en compañía de elfos y otros viajeros, y tuvieron la
suerte de escuchar relatos y canciones en el Último Hogar, e incluso Kargor y Díndae se atrevieron a soltar una tonadilla que provocó risas y cierta admiración entre los presentes. Allí
volvieron a escuchar la historia de los Alqualosse, y de cómo su
heredero "se acabaría rindiendo ante los lobos". Díndae miró a
Thorongil, cuya mirada se perdía en las llamas de la chimenea.
Durmieron
aquella noche el sueño de los justos, y fueron tratados como príncipes.
Pero estaban en una misión, y no podían demorarse. Se despidieron con
palabras amables, y el señor de la casa les dijo que las puertas
estarían abiertas para los Dúnedain.
No tardaron en llegar a la
casa de Túrin, donde encontraron calor y refugio. Consiguieron
convencer al propio Túrin de que volviese con ellos a Arthedain, pero
sería sólo al acabar ciertos asuntos en Rhudaur. El veterano dúnadan
regaló su granja a Madoc y su familia.
Los tres amigos partieron
por el Camino del Este en dirección a poniente, y en menos de una semana
estaban en Bree, donde descansaron bajo los cuidados del gran
Centenillo Mantecona. Allí escucharon que el el Norte estaba libre de
lobos blancos, y que las nevadas comenzaban a remitir. Pero una sombra de desdicha había caído sobre los Montaraces, o eso se susurraba.
A galope tendido, con el corazón en un puño, llegaron a Daembar. Allí descubrieron, de boca de Dírhael, que Argonui había muerto de una extraña aflicción que lo había consumido en cuestión de días. Kargor se cobijó bajo su capucha.
Fue momento de reencuentros entre amigos, con Forendil, muy recuperado, hablando con Díndae de todas las grandes aventuras por las que habían pasado; pero el más emotivo fue el de Thorongil con Ellenhen. Emotivo por decir algo, ya que la muchacha sólo respetó el momento de luto hacia Argonui: inmediatamente después se plantó ante el joven montaraz y con rostro airado le espetó si consideraba ventajosa una unión entre los dos. Claro que se amaban, y claro que se amarían siempre; pero Thorongil dudaba de los padres de Ellenhen y del mismo Dírhael.
Nada más lejos de la realidad, ya que todos se habían hecho a la idea, antes de saber que Thorongil era el heredero Alqualosse. Un apellido noble nada era sin sangre noble que lo sustentara.
Ellenhen Narmosule y Thorongil Alqualosse contrajeron nupcias en la primavera del 2912, en una colina cercana a Daembar cubierta aún por alguna nieve persistente, pero que ya no era la de meses atrás. Y allí, al ver a su amigo jurando fidelidad a la novia, y al padre de Ellenhen entregando a ésta el anillo familiar, un lobo enroscado, fue cuando Díndae enlazó toda la profecía de los Alqualosse: Narmosule era "Lobo del Viento", y su amigo, su hermano, Thorongil, se había "rendido" ante la heredera de los "Lobos".
Qué ironía, pensó. Y no pudo parar de reir de felicidad.
Fin de la Primera Temporada