Ashabenford era un lugar como otro cualquiera. Y, a la vez, no lo era.
A los dos elfos el joven humano que los seguía a todas partes les cayó bien al instante. Incluso le daban consejos y le contaban de cosas allende la linde del bosque. Lo que se dice congeniar.
El Ciervo Blanco era un punto de encuentro para gentes extrañas, y allí conocieron a Jolfix, el propietario, y a sus extraños amigos; desde allí, partieron a su primera misión: el dueño de la posada les pidió que fueran a explorar al norte, al lugar llamado Campo de los Túmulos.
Allí fueron y encontraron, de camino, cadáveres de humanos que iban rumbo norte con notas con códigos secretos (que resolvieron no sin dificultad: eran informes sobre las defensas de Ashabenford), y sapos gigantes. Combates llenos de peligro dada la inexperiencia de nuestros protagonistas.
Ya en el temible Campo de los Túmulos encontraron seres de ultratumba: esqueletos y wights vigilaban. Lograron entrar, explorar la linde y salir por patas.
Recuperados, volvieron a intentarlo al día siguiente, consiguiendo entrar en un extraño mausoleo en forma de mastaba. Descendieron niveles acabando con seres espectrales y esqueletos, y la curiosidad los obligó a abrir con medios mágicos un portal que permanecía cerrado. Lo que consiguieron fue liberar a una criatura llamada Véndegor, a la que identificaron como un liche.
Huyeron rumbo a Ashabenford, y allí expusieron el caso ante Jolfix y los demás: algo había que hacer. Mientras los otros se armaban e iban rumbo norte a los Campos de Túmulos, nuestros protagonistas viajaban a la Abadía de Chauntea, a unas millas al oeste, para buscar ayuda de los dioses.
Poco encontraron, aparte de hospitalidad y buenos deseos. Salvo el nightblade elfo que, rebuscando durante bastante tiempo en la biblioteca logró encontrar un enigmático libro que guardaba... un secreto.
Hechizado por lo que encontró, partió sin ser él mismo rumbo de nuevo al mausoleo de Véndegor, dejando a sus amigos el paladín humano y el spellsword elfo en la abadía. Al amanecer, y viendo que había dejado todo su equipo, partir en pos de él.
De camino se encontraron con un caballero que se despedía entristecido de su montura grifo (muerta de agotamiento). Aunque el spellsword sospechaba, el paladín quiso hacerle un hueco en el grupo, y le explicó lo que les había ocurrido. Juntos llegaron a los Campos de Túmulos, y encontraron criaturas oscuras... cuando iban a entrar en el mausoleo, el caballero demostró su verdaderos fines ¡y atacó al paladín! Sorprendido, este devolvió su mejor golpe, solo para ver que el caballero estaba poseído por alguna criatura del inframundo.
El spellsword lanzó su magia, y el paladín su mandoble, pero el caballero resultó ser un duro y aparentemente inmortal rival. En la hora más oscura, y saliendo de la nada, el nightblade llegó para ayudar a sus amigos y, entre los tres, acabaron con esa vil criatura.
Resultó que dentro del libro había una joya, una joya capaz de abrir portales a otros mundos y, poseído por algún poder superior, el nightblade había obedecido al mandato y, sin control de sí mismo, había vuelto desde la abadía y colocado la joya en la entrada del mausoleo de Véndegor. Ahora estaban rodeados de criaturas no muertas.
El paladín tomó un amuleto que había encontrado, con el símbolo de Helm, e invocó con toda su alma al dios... causando un enorme terremoto que hizo salir al puño de Helm de debajo de la tierra. Corrieron al mausoleo para escapar de la destrucción, y acabaron en una sala donde había un portal a otro mundo. Dados los temblores, cayeron dentro del mismo... apareciendo en medio de una fría oscuridad llena de estrellas, y esferas planetarias alrededor... El spellsword se lejaba mientras el nightblade y el paladín se agarraban uno al otro... cayendo a un mundo extraño, oscuro y lleno de niebla.
Al levantarse del suelo vieron a lo lejos un pueblo con un castillo pequeño sobre él. No había ni rastro de su amigo el spellsword.