jueves, 30 de julio de 2015

Algo está podrido #3: Pasado y Presente

Las galletas estaban en su sitio y el chocolate tan caliente, denso y sabroso como siempre. La hermana Ana, una mujer oronda y mayor, aunque ágil para sus años, los había reconocido al instante. Chuck y el pequeño Kuro.

Era de madrugada. Afuera llovía. La niña había llorado hasta casi quedar dormida. Otra hermana, Nicoleya, más mayor que Ana y siempre risueña en sus recuerdos, había cogido a la niña y se la había llevado a una habitación. Nicoleya era rusa, de algún lugar de la URSS al menos. Podría hablar con la pequeña, hacerle ver que estaba a salvo. Que la habían salvado. Que podría ser libre. Los dos hombres se miraron.

Aquel chocolate sabía a gloria.

Al poco entró el bedel, lo recordaban de aquel entonces. El señor Chancellor, un hombre sobrio y reservado. Hablaba poco, pero cuando lo hacía era mejor contestar conn un "sí, señor" o "no, señor". Imponía. Todavía lo hacía.
Hablaron poco, pero hablaron de lo mal que iba todo. Del olor a podrido que había por toda la ciudad. 
Esa noche cada uno reflexionó sobre lo que habría de hacer para poder sobrellevar el resto de su existencia. Por ejemplo Chuck se quedó dormido fuera de se rulot, en una silla de playa mirando al este, con su pañuelo de calavera. Kuro, en su piso de varios cientos de miles de pavos. El señor Chancellor, en su pequeño cuarto del orfanato, abrió su viejo baúl de madera de estilo militar y sintió de nuevo aquella tela en las manos, el dibujo que tenía estampado... Y recordó el porqué.

... ... ... 


Cuando bajas a la ciudad y retuerces ciertas muñecas, contraes ciertos cuellos y flexionas hacia el sitio adecuado ciertas falanges proximales, obtienes cierta información. Por ejemplo, que si alguien trae niñas rusas al país, serán los rusos. La Bratva. Y que si las traen será por el puerto, controlado por la Bratva. Y que si el jefe del sindicato de estibadores está en el ajo, se puede meter lo que sea en el país. Y se puede incluso sacar el nombre del tío, dónde vive e incluso dónde se toma las cervezas: en un puto pub irlandés regentado por rusos. 

 

La siguiente visita sería a Vitaly Sarosta. Secretario del sindicato de estibadores. 

martes, 28 de julio de 2015

Algo está podrido #2: Implicación y Ejecución

El Barrio Viejo, cerca de los Muelles, era un sitio a evitar. El coche de Chuck, un Chevy Malibú cupé del '70, aparcó a unas calles de la dirección que MacAllan les había dado. 



Chuck se quitó las camperas y se puso unas deportivas oscuras, un gorro de lana negro y cogió un viejo pañuelo negro para taparse el rostro cuando iba en moto. Tenía un dibujo blanco estampado, una mandíbula de esqueleto. Era demasiado macarra, por eso no la ponía nunca. Pero hoy sí. 

Kuro se quedó en el coche, esperando; Chuck se acercó al inmueble, un destartalado edificio de ladrillo abandonado. Abandonado pero con una cámara de seguridad apuntando a la puerta. El joven se coló por una ventana lateral fuera del alcance de mirones, en un edificio que, por dentro, no parecía tan abandonado. Subió un par de pisos buscando voces, sonidos que llegaban de detrás de una de las puertas de apartamentos. No sonaba a inglés. Pegó la oreja y oyó a una niña lloriquear. 


No se lo pensó: llamó a la puerta y dio tres pasos atrás, saliendo del ángulo de visión de la mirilla.  Se ajustó el pañuelo para no ser reconocido. Tan pronto como oyó el cerrojo cogió carrerilla y se lanzó con una potente patada voladora que arrancó la puerta de las bisagras y aplastó a quien estuviera al otro lado. Cuando se levantó tuvo que esquivar los golpes de otro hombre, al que lanzó por el aire con un par de llaves. Otro, más grande y aparentemente más peligroso, duró un poco más, pero acabó también por el suelo. En una silla, ataca con cinta aislante, una niña de no más de 10 u 11 años. Rubia y pecosa, ojos claros, pero al mismo tiempo sumidos en una profunda oscuridad, tal vez eterna... La desató y casi se la cargó a la espalda, ya que adivinó la figura de un hombre armado con una pistola. Consiguió esquivar varias balas, y saltar por la ventana lateral del recibidor. Corriendo como locos llegaron al coche, y Kuro aceleró a tope.

La niña estaba en shock, pero consiguieron calamarla con el paso de los minutos. La habían salvado pero, ¿y ahora qué? No era un cómic de Batman donde se acababa la viñeta con un "Fin" y ya... ¿A dónde ir? Se miraron y solo se les ocurrió un lugar... Su antiguo orfanato, San Judas. 

Algo está podrido #1: Reflexión y Encuentro

Aquella chavala no tenía ni quince años y estaba en pleno coma etílico. Disfrazada de diablesa sexy, y menor de edad. Aquellos malditos años '80 acabarían con todo el puto país. 

Chuck la cogió del suelo, y uno de los otros seguratas de la discoteca había llamado ya a urgencias. En breve se encontró fuera de un box del Central, con los médicos luchando por la vida de la cría.

Chuck se miró las manos, impregnadas de olor a vómito. No era la primera ni sería la última. No de todos los tiempos, ni de esta semana. Esas niñas. No hablaban ni papa de inglés, y siempre acompañaban a gordos sebosos cabrones con fajos de billetes tan grandes como su culo. En la disco tenían orden de dejarlos pasar. De no mirar demasiado. De no hacer preguntas. Pero algo siempre hacía que los engranajes de la mente de Chuck se atascasen y chirriasen. Siempre.
En este caso la niña se había pasado y el gordo se había esfumado. Pobre cría.

No era su familia. Ni su amigo. Joder, no sabía ni su puto nombre. Pero allí estaba, rellenando los datos de la paciente Jane Doe #345 de aquel año. Y aquel tipo, el médico de urgencias que la había salvado... ¿No era Kuro, el chico vietnamita con el que había coincidido en el orfanato de San Judas? Tiene tela lo rápido que pasa el tiempo y lo rápido que vuelven los recuerdos.

Kuro tenía manos de artesano. La muchacha sobreviviría. Kuro y Chuck, vaya pareja hacían. Podrían contar historias; pocas, porque el trato había sido breve, pero con un par de episodios muy memorables. Que sí, que estoy pensando en ese. Ya sabéis: la paliza a los hermanos Smith. Dos contra cinco. Los cinco peores hijos de puta de todo el orfanato. Broncas diarias, robo de comida a los críos pequeños, palizas en grupo. Siempre en grupo. Pero aquel día se la devolvieron, maldita sea.

...

Se tomaron un café recién hecho en una furgoneta en el exterior de Urgencias que también vendía bollería y perritos variados. Y charlaron de los viejos tiempos. Y de lo oscuros que se estaban poniendo los nuevos. El ruido del frenazo los trajo de vuelta al mundo: una limusina delante del porche de Urgencias dejó caer a otra. Otra niña. Disfrazada. Y aceleró a fondo.

La vieron esquivar a unos y otros, con tanta fortuna que el camino por el que salió estaba prohibido, y el agente de seguridad había levantado los clavos curvos que permitían entrar, pero no salir: los neumáticos estallaron al unísono, pero la limusina siguió avanzando unas decenas de metros. Kuro corrió a ayudar a la niña... Chuck fue a por la limusina.

Vio salir a alguien corriendo y perderse en el interior del Barrio Viejo, entre el complejo hospitalario y los Muelles. En estrechas y oscuras callejuelas fue donde lo agarró. Lo pateó. Lo machacó a puñetazos y, cuando estuvo blandito, empezó a preguntar. Y el chófer contestó. Habló de un tal Karl, su cliente de esa noche. Había ido al club con dos niñas. Al parecer había una red de contactos de chicas rusas, había unas tarjetas de visita con un símbolo parecido a una "V" que ponía "Soluciones en Compañía" con un número de teléfono.

Stephen MacAllan, un patrullero amigo de Chuck apareció en el hospital para la denuncia y todo eso. Y hablaron un buen rato. En la guía inversa de comisaría ponía que el número correspondía a un edificio del Barrio Viejo. Kuro y Chuck se miraron. Algo estaba podrido con todo aquello, y ellos había llegado al punto de No Retorno.