Entraron los tres en el pueblo con las dos muchachas después de que los hubieran dejado en la entrada durante varios minutos aguardando. Alguien dentro no esperaba su regreso. Ahnvae y Othar sabían que habían sido guiados a una trampa, y Lámorak traía a dos muchachas del pueblo, secuestradas y rescatadas... ¿A qué demonios esperaban para abrir?
A poco que se abrió el postigo empujaron la puerta con rostros duros y miradas furiosas. Más de uno, viendo el aura del joven paladín y la presencia casi extraterrestre de los dos "duendes" (como llamaban a los elfos) estaba aterrorizado. El mismísimo burgomaestre, recién llegado, ordenaba a su guardia (muchachos disfrazados de soldados) que detuvieran a los tres extranjeros con voz entrecortada, por alterar la paz.
Entonces llegó el envejecido maestro cervecero y la vio. Era ella. Su amor. Su vida. Por la que había perdido una pierna y parte de un brazo y cara. Era ella. Y ella también lo vio. Su amor de niñez, de adolescencia. Su prometido llegados a edad de casamiento.
Los acontecimientos se sucedieron de modo todavía más extraño: la gente del pueblo apresó a un enloquecido burgomaestre, acogieron como héroes al grupo (especialmente a Lámorak de Bors, al que veían relacionado con el santo Sir Cuthbert de Bors, cuyo cráneo custodiaban en un farol a la entrada del pueblo que, al parecer, detectaba seres malignos).
En la taberna todas las familias y personalidades importantes tenían su jarra de cerveza de porcelana. Incluso los Strigoi, como una burla de esos vampiros a Walkenburgo: bebemos en el pueblo cuando queremos. Lámorak estrelló la jarra en el suelo demostrando que eso se había acabado.
El día siguiente fue largo: al burgomaestre lo condenaron a la pira por aclamación popular (comenzaron a reunir madera ante el consistorio). Lo interrogaron, pero poca información sacaron de un enloquecido y vengativo servidor de los... ¿Strigoi?
Por otro lado Lámorak agradeció al herrero su trabajo, y Othar (cambiando su opinión anterior) decidió darle toda su plata para que reforjara su arma con plata. Como no podría tener el sable de Othar a tiempo, el paladín decidió echarle una mano durante varias horas.
Mientras, Othar y Ahnvae pasearon por la villa, ya que estaban desarmados y no podían hacer lo que querían: volver a la choza de Heron. En el camino, tras una esquina, una pequeña figura de voz femenina llamó su atención con un susurro... Si querían saber más, les dijo, deberían ir los tres en un par de horas a la choza de Heron... muchas cosas se aclararían entonces. La figura desapareció, pero Ahnvae intentó seguirla, pero en el tiempo en que Ahnvae subió a un tejado ésta en dos saltos estaba en el tejado de una casa y en otros dos pasaba por encima del muro de la villa y se encontraba fuera. Fue entonces cuando un grupo de muchachos comenzó a apedrear al elfo, que tuvo que bajar a toda velocidad del tejado. Othar les explicó a los chavales que todo iba bien. Los muchachos admiraban al grupo, y detestaban la orden del antiguo burgomaestre en la que se prohibía la autodefensa del pueblo... querían aprender a defenderse e incluso contraatacar: madres y padres muertos, hermanas desaparecidas. No se resignaban. Othar les habló con respeto y ellos prometieron informar de cualquier cosa. Luego volvieron a la herrería.
La espada estaba lista. Era más flexible, brillante y tenía runas de los cinco elementos. Othar la miró con suspicacia (había dado mucha plata para esto) pero agradeció el trabajo. Por su parte, el herrero no tenía más armas, excepto una espada de madera. Ligeramente curva, con pinta de haber sido muy pulida... y hecha de la madera del bosque en el que había estado Othar. Es más, la madera era del mismo tipo de árbol.
El herrero dijo que el trozo era más grueso, pero que lo había pulido y pulido con técnicas de herrería (el carpintero del pueblo había desistido) hasta conseguir esa dureza. Ahnvae miró con menosprecio "ese palo", pero como había perdido sus espadas en la huida a través del río, no tenía otro remedio.
Wolfgang Silversmith, el herrero, les deseó suerte.
Los tres decidieron acudir a la cita con la misteriosa figura. Salieron de la villa con sus armas prestas, y se acercaron con sigilo a la choza de Heron, a unos 20 minutos de Walkenburgo.
Ahnvae, nightblade, se adelantó con sigilo, pero fue emboscado: con una daga en la garganta tuvo que entrar en la choza sin que sus amigos se percataran de lo que sucedía.
Allí fue puesto en grilletes sentado en una silla, con el olor del putrefacto Heron a poca distancia. La voz femenina amenazaba al elfo: exigía y exigía. Por lo visto andaba buscando algo. Cuando Lámorak y Othar se acercaron fue por los gritos de Ahnvae... ante su negativa de dar información perdió su oreja izquiera.
Al entrar tuvieron que detenerse y soltar las armas. La mujer (tal vez gnoma) llevaba un monóculo mecánico en el ojo y unos extraños zancos en las piernas. Exigió a Lámorak que dejara en la mesa su medallón (un medallón con la Cruz de San Cuthbert que había encontrado en el Bastión Strigoi). Luego los echó fuera de la choza.
Ahnvae vio cómo manipulaba la cruz, sacando una gema del interior de un pequeño depósito secreto. Luego sacó un pequeño vial no mayo que un meñique y se lo pegó a la mejilla al elfo, dejando caer un par de gotas de sangre. Ante los nuevos gritos sus amigos entraron. Fallaron. Othar lanzó un espadazo y, percibiendo que la gnoma no era realmente malvada, Lámorak decidió intentar agarrarla. Pero nada.
Con una acrobacia, la figura borrosa lanzó el vial al suelo, rompiéndose. Esquivó nuevos golpes que, en una jugada del destino, provocaron que Othar clavara su espada en la espalda de Lámorak. La gnoma huía ante sus narices. Al menos, en uno de los golpes Othar había roto sus zancos.
Intentó liberar a Ahnvae, pero los grilletes necesitarían tiempo para ser abiertos, y su amigo estaba en el suelo medio muerto. Mirando a lo lejos a la gnoma decidió correr tras ella... pero frenó. Ese vial tenía algo, un olor especial que actuó como reclamo: bajo la noche eterna la choza estaba siendo rodeada por lobos.