Va a sonar a máster flojo, pero no odio ningún juego, ni ninguna ambientación. Creo que son todas el fruto del (duro o no) trabajo de algún pobre individuo y, en general, son todos un buen trabajo del que casi cualquiera podría estar orgulloso.
Imaginemos al típico jugador amante del realismo y de la progresión coherente defecando sobre el DnD 3.5... ¿Qué no daría por haber tenido él tamaña idea (no defecar; haber creado el D20, digo)?
Pocos juegos a los que he jugado me han dejado mal sabor de boca... y tal cosa, si ha sido, sería culpa o mía o de los demás jugadores.
Pero creo que, si tuviera que elegir uno, sería As Crónicas de Gáidil. Y, ¿por qué? Pues porque después de casi diez años de desarrollo con muchos altibajos, etapas de no avanzar nada y otras de trabajo a destajo, encontrar a alguien que lo publique y otro que lo subvencione, que ese alguien modifique tus textos porque sí, que discutas con el para que no cambie esas palabras a las que le das importancia; que te lo edite y que lo haga mal de primeras y luego que, después de avisar a varias tiendas de colegas y conocidos para que lo vayan pidiendo, de 1500 ejemplares comprometidos con la editora, vaya la Xunta (los que ponían la pasta) y regale 500.
Me alegró mucho publicarlo, y lo jugué bastante (no lo bastante como para que resaltaran varios errores de sistema que salieron más adelante, pero en fin). Casi desde que se publicó, no volví a jugar. Fue como un parto durísimo tras el cual no quieres saber nada de tu hijo. Sólo pensar en él me agobiaba.
Ahora estamos mirando de traducirlo al castellano, y me cansa solo de pensar en, de nuevo, negociar hasta qué punto la traducción a un idioma debe cargarse el espíritu de un juego escrito y pensado para ser jugado en otro.
Quizá es una elección extraña, pero creo que es coherente con lo que pienso en estos momentos.
Me alegró mucho publicarlo, y lo jugué bastante (no lo bastante como para que resaltaran varios errores de sistema que salieron más adelante, pero en fin). Casi desde que se publicó, no volví a jugar. Fue como un parto durísimo tras el cual no quieres saber nada de tu hijo. Sólo pensar en él me agobiaba.
Ahora estamos mirando de traducirlo al castellano, y me cansa solo de pensar en, de nuevo, negociar hasta qué punto la traducción a un idioma debe cargarse el espíritu de un juego escrito y pensado para ser jugado en otro.
Quizá es una elección extraña, pero creo que es coherente con lo que pienso en estos momentos.
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