La mañana trajo nuevas dudas. Algunos dúnedain creían que atravesar el Brandivino era arriesgado: todos en La Comarca estarían enterados de tal evento antes de que el último de ellos saliera del Puente.
Pero los tres jóvenes pensaban que intentar cruzar el río más al norte contando sólo con que el río se hubiera helado era un riesgo mayor, sobre todo teniendo en cuenta que los salteadores podrían estar acechando, o peor: los lobos blancos.
La noche anterior Díndae y Thorongil habían cogido un par de caballos y habían partido a galope tendido hacia el Norte, intentando encontrar un vado o una zona de hielo denso por donde pasar los carros. A unas tres o cuatro millas al norte encontraron un islote largo que surgía del medio del cauce. No tenía más de cuarenta metros de largo y unos diez de ancho, pero se veía que había ayudado a que el río alrededor se helara, dando sujeción al hielo y actuando como vado improvisado. En la isla Díndae pudo ver huellas y rastro de lobo, pero no eran recientes... unos cinco días al menos.
Una vez de vuelta, caída ya la noche, los dúnedain se reunieron para decidir qué hacer. Thorongil quiso convencer a Dírhael de que atravesar el Puente no era tan peligroso como el hielo del río. Unos cuantos hobbits y sus habladurías no pondrían en riesgo el viaje. Pero los dúnedain no confiaron en sus palabras y decidieron probar cruzando el río.
Thorongil y Elenhen hablaron un rato esa noche, pero Dírhael miraba con ojos de duda. Más tarde el dúnadan le diría que ella era de una cuna mayor que la del montaraz, y que debía ser sensato; reprimenda que el pobre Thorongil encajó mal, pero en silencio.
A la mañana siguiente partieron hacia el islote, y se prepararon para cruzarlo con los cuatro carros. Tendieron una cuerda desde la orilla este hasta la punta sur del islote, y del islote a la orilla oeste. Comenzaron a cruzar.
Un carro, otro carro. La gente cruzaba resbalando, ayudándose con la cuerda. Los carros cruzaban por el sur de la isla, mientras que la gente subía a la isla, junto a Díndae, tomaba un respiro y continuaba. Kargor estaba en la orilla oeste, Thorongil cerraba la marcha en la este. El tercer carro resbaló el el hielo bajo la sombra de la isla, pero continuó su camino.
Fue entonces cuando Díndae notó algo extraño. Alguien se acercaba. o algo. Justo a la altura del islote, el último carro hizo crujir el hielo y una rueda se atascó.
Una manada de lobos blancos venía por el río desde el norte, gruñendo y aullando desesperados. Estalló el descontrol. Todos corrían intentando ponerse a salvo. Kargor y Thorongil gritaban y daban órdenes, Dírhael dirigía a la gente y la ponía a salvo. La primera flecha de Díndae atravesó un cráneo lupino, rápidamente cargó otra flecha, pero los lobos ya estaban encima, saltando por la isla. No menos de quince. Kargor saltó al hielo y corrió hacia el carro, levantándolo casi en el aire y liberando la rueda. Díndae apuntó su flecha y se preparó para matar a otro lobo y luego, seguramente, morir bajo las fauces de los otros.
Pero no. Los lobos lo esquivaron y saltaron sobre Kargor, pasando por encima del enorme dúnadan. Todos ellos continuaron hacia el sur, o eso parecía. Díndae, con la flecha todavía montada, se puso en pie, se giró y miró estupefacto en dirección sur, hacia los cuartos traseros de los lobos que se alejaban como rayos.
Thorongil contó a la gente y la reunió, pero Iorwen miraba en todas direcciones, desesparada.
- ¿Dónde está Gilraen? ¿¡Dónde está mi hija?! -gritaba. Dírhael la abrazaba y miraba también, gritando el nombra de su hija.
Kargor reunió a todos en la orilla oeste y, con palabras buenas y ciertas, logró clamar los ánimos. Thorongil y Díndae miraron hacia el este. El rastreador examinó la orilla este y encontró huellas de la niña, y de varios lobos, no menos de tres. A pocos cientos de metros vieron a la niña, cercada por tres lobos que, en su huída, se habían encontrado con un manjar ocasional. El odio y la rabia de los dos dúnendain fue devastadora. Las flechas de Díndae y la espada de Thorongil dejaron casi sin capacidad de reacción a los lobos. Gilraen estaba sana y salva.
Al regresar todo eran palabras de agradecimiento. Incluso Dírhael se disculpó con Thorongil por la dureza de sus palabras anteriores.
El camino a través del bosque que se tendía todo a través de la orilla hacia el oeste no era claro, pero Díndae guiaba y eso era índice de buena ruta. Una horas después fueron interceptados por varios dúnadan, Belegost el veterano, Forendil el taciturno y Feagorn, tan novato que no tenía apodo. Allí hubo alegría, regocijo y calurosos saludos que contrastaban con el frío del lugar.
Llegaron a Scary, donde Arador informó al grupo de que irían con los colonos al norte, a fundar Daembár, la Casa en la Sombra.
Thorongil, presa del miedo a los espacios cerrados, se vio obligado a recibir las órdenes dentro de la mina donde los montaraces tenían su base oculta. Poca gracia le hizo, y la tensión provocó que terquease órdenes de su señor. Ésto dejó perplejo al hijo del Capitán, que no sabía si enfadarse o reir.
Entre ello estaba el retraso en actuar contra Amon Hith. Habría que juntar más hombres y establecer un plan de acción claro.
Partieron al norte con Dírhael y su gente, más allá de Dwaling, donde otros colonos ya estaban construyendo un nuevo Refugio para el pueblo de los Hombres del Oeste.
Una vez de vuelta, caída ya la noche, los dúnedain se reunieron para decidir qué hacer. Thorongil quiso convencer a Dírhael de que atravesar el Puente no era tan peligroso como el hielo del río. Unos cuantos hobbits y sus habladurías no pondrían en riesgo el viaje. Pero los dúnedain no confiaron en sus palabras y decidieron probar cruzando el río.
Thorongil y Elenhen hablaron un rato esa noche, pero Dírhael miraba con ojos de duda. Más tarde el dúnadan le diría que ella era de una cuna mayor que la del montaraz, y que debía ser sensato; reprimenda que el pobre Thorongil encajó mal, pero en silencio.
A la mañana siguiente partieron hacia el islote, y se prepararon para cruzarlo con los cuatro carros. Tendieron una cuerda desde la orilla este hasta la punta sur del islote, y del islote a la orilla oeste. Comenzaron a cruzar.
Un carro, otro carro. La gente cruzaba resbalando, ayudándose con la cuerda. Los carros cruzaban por el sur de la isla, mientras que la gente subía a la isla, junto a Díndae, tomaba un respiro y continuaba. Kargor estaba en la orilla oeste, Thorongil cerraba la marcha en la este. El tercer carro resbaló el el hielo bajo la sombra de la isla, pero continuó su camino.
Fue entonces cuando Díndae notó algo extraño. Alguien se acercaba. o algo. Justo a la altura del islote, el último carro hizo crujir el hielo y una rueda se atascó.
Una manada de lobos blancos venía por el río desde el norte, gruñendo y aullando desesperados. Estalló el descontrol. Todos corrían intentando ponerse a salvo. Kargor y Thorongil gritaban y daban órdenes, Dírhael dirigía a la gente y la ponía a salvo. La primera flecha de Díndae atravesó un cráneo lupino, rápidamente cargó otra flecha, pero los lobos ya estaban encima, saltando por la isla. No menos de quince. Kargor saltó al hielo y corrió hacia el carro, levantándolo casi en el aire y liberando la rueda. Díndae apuntó su flecha y se preparó para matar a otro lobo y luego, seguramente, morir bajo las fauces de los otros.
Pero no. Los lobos lo esquivaron y saltaron sobre Kargor, pasando por encima del enorme dúnadan. Todos ellos continuaron hacia el sur, o eso parecía. Díndae, con la flecha todavía montada, se puso en pie, se giró y miró estupefacto en dirección sur, hacia los cuartos traseros de los lobos que se alejaban como rayos.
Thorongil contó a la gente y la reunió, pero Iorwen miraba en todas direcciones, desesparada.
- ¿Dónde está Gilraen? ¿¡Dónde está mi hija?! -gritaba. Dírhael la abrazaba y miraba también, gritando el nombra de su hija.
Kargor reunió a todos en la orilla oeste y, con palabras buenas y ciertas, logró clamar los ánimos. Thorongil y Díndae miraron hacia el este. El rastreador examinó la orilla este y encontró huellas de la niña, y de varios lobos, no menos de tres. A pocos cientos de metros vieron a la niña, cercada por tres lobos que, en su huída, se habían encontrado con un manjar ocasional. El odio y la rabia de los dos dúnendain fue devastadora. Las flechas de Díndae y la espada de Thorongil dejaron casi sin capacidad de reacción a los lobos. Gilraen estaba sana y salva.
Al regresar todo eran palabras de agradecimiento. Incluso Dírhael se disculpó con Thorongil por la dureza de sus palabras anteriores.
El camino a través del bosque que se tendía todo a través de la orilla hacia el oeste no era claro, pero Díndae guiaba y eso era índice de buena ruta. Una horas después fueron interceptados por varios dúnadan, Belegost el veterano, Forendil el taciturno y Feagorn, tan novato que no tenía apodo. Allí hubo alegría, regocijo y calurosos saludos que contrastaban con el frío del lugar.
Llegaron a Scary, donde Arador informó al grupo de que irían con los colonos al norte, a fundar Daembár, la Casa en la Sombra.
Thorongil, presa del miedo a los espacios cerrados, se vio obligado a recibir las órdenes dentro de la mina donde los montaraces tenían su base oculta. Poca gracia le hizo, y la tensión provocó que terquease órdenes de su señor. Ésto dejó perplejo al hijo del Capitán, que no sabía si enfadarse o reir.
Entre ello estaba el retraso en actuar contra Amon Hith. Habría que juntar más hombres y establecer un plan de acción claro.
Partieron al norte con Dírhael y su gente, más allá de Dwaling, donde otros colonos ya estaban construyendo un nuevo Refugio para el pueblo de los Hombres del Oeste.
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