Ídril pasó una noche en paz. Notaba cómo su conexión con la naturaleza volvía; la sentía en todo su cuerpo. Almorzaron de nuevo en el Molino Viejo, acompañados por Callus, Hearda y con los pájaros cantando en esa fría mañana. Vermella, la estrella roja, había madrugado con ellos y para Tháendan el elfo era índice de buena fortuna.
Al acabar, charlando dentro del molino, Ídril escuchó un graznido que el resto pareció no oír. Salió fuera a tomar el aire y allí, escrutando al medioelfo y subido en uno de los tejados de pizarra, un cuervo argénteo. Son criatura míticas y extrañas, augures para los druidas. Ídril llenó su cantimplora y siguió al cuervo siguiendo su aleteo hacia el oeste.
El Cuervo Blanco |
Salió del pueblo sin despedirse ni prepararse, dejando la línea del río Meliaguas a su izquierda. Avanzó durante unas horas, siendo "emboscado" por un enjambre de mosquitos cerca del río y, más tarde, por un extraño zorro. Los mosquitos lo dejaron enfurecido; el zorro, intrigado.
El Bosque de Aurakal |
El zorro, grande y naranja, descansaba sobre una piedra cerca de la linde de un bosque bastante extenso que ocupaba varias millas desde el río hacia el norte. El cuervo se había internado en el bosque. El zorro sonriendo, saludó al viajero. Ídril supo al momento que se trataba de un demonio, un ser contranatural. Pero prefirió ser precavido y no atacar a la criatura. Con cierta astucia acabó sabiendo que el zorro-demonio se llamaba Grelf y que viajaba por estas tierras sin rumbo. Advirtió que en bosque, llamado Bosque de Aurakal, tal vez estuviera maldito ("y qué no lo está en estos tiempos", bromeó), pero que podría fiarse de las sabrosas castañas de sus árboles. Ídril agradeció la información y los consejos, y pasó mala noche en la linde tras buscar infructuosamente algo que comer y beber, y refugio.
Ídril se interna en el Bosque |
A la mañana siguiente, hambriento y mal equipado, se internó en el bosque de Aurakal. Acabaría metiendo algo de tiempo en buscar algo de comer y, por suerte, encontró las famosas castañas de las que habló Grelf. Sin mucha confianza, notó algo mágico en ellas... efectivamente, tenían algo que llenaba el estómago y el espíritu de quien las comiera, sin abusar. Sintió que la suerte regresaba... hasta que un enorme macho de ciervo alzó la cabeza entre la espesura y se encaró con el druida. Éste se vio obligado a subirse a un árbol y alcanzar cierta altura para evitar ser embestido. Fuera de alcance, pero al raso, hubo de esperar varias horas hasta que el ciervo se hartó y cambió de zona.
Entumecido, Ídril bajó del árbol cuando anochecía. Al menos había bebido (acabando su reserva) y comido una de las castañas. Vagó buscando alguna señal, y acabó encontrándola en forma de túnel arbóreo: varias copas se unían formando casi una bóveda de crucería que guiaba a un pequeño claro de bosque en el cual se veían una suerte de vasos canopes. Al fondo, una efigie de Herrumbre de algo más de un metro de alta.
Herrumbre |
La Necrópolis |
Ídril aguantó el miedo y se plantó ante la antinatural criatura, conminándola a volver a la tumba y traspasar el Velo en nombre del Cuervo, de Caudal y de Barro. Tras un angustioso momento de poder, el elfo regresó a su canope, roto en la curiosa forma de un trono truncado, y se sentó. El medioelfo tomó una de las espadas del ajuar, hendida y oxidada y se precipitó contra la impía estatua de Herrumbre, atravesando su cara de chapa metálica. La escultura cayó tumbada y "rota".
El druida notó un cambio enorme en la necrópolis, como de vuelta a la calma y el descanso. Con el rabillo del ojo vio un destello rojizo en el pecho del sedente señor elfo: Vermella, la estrella, se reflejaba en un colgante que antes no estaba allí: un medallón de plata con forma de cuervo.
Tras realizar un rito respetuoso sobre la necrópolis, Ídril decidió pasar allí la noche en calma. El regreso sería muy duro, y le llevaría casi otro día entero llegar al pueblo, interceptado por unas ventiscas propias del mes de Bajoinvierno. Cuando cayó desfallecido y congelado a las puertas de Boldhome tuvo que ser arrastrado al interior por los pueblerinos. Sus compañeros, preocupados, lo llevaron al Molino entre sermones paternales y sincera preocupación.
Pero Ídril se había demostrado muchas cosas a sí mismo. El medallón de plata del Cuervo sería un antes y un después en sus planes.
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