El Barrio Viejo, cerca de los Muelles, era un sitio a evitar. El coche de Chuck, un Chevy Malibú cupé del '70, aparcó a unas calles de la dirección que MacAllan les había dado.
Chuck se quitó las camperas y se puso unas deportivas oscuras, un gorro de lana negro y cogió un viejo pañuelo negro para taparse el rostro cuando iba en moto. Tenía un dibujo blanco estampado, una mandíbula de esqueleto. Era demasiado macarra, por eso no la ponía nunca. Pero hoy sí.
Kuro se quedó en el coche, esperando; Chuck se acercó al inmueble, un destartalado edificio de ladrillo abandonado. Abandonado pero con una cámara de seguridad apuntando a la puerta. El joven se coló por una ventana lateral fuera del alcance de mirones, en un edificio que, por dentro, no parecía tan abandonado. Subió un par de pisos buscando voces, sonidos que llegaban de detrás de una de las puertas de apartamentos. No sonaba a inglés. Pegó la oreja y oyó a una niña lloriquear.
No se lo pensó: llamó a la puerta y dio tres pasos atrás, saliendo del ángulo de visión de la mirilla. Se ajustó el pañuelo para no ser reconocido. Tan pronto como oyó el cerrojo cogió carrerilla y se lanzó con una potente patada voladora que arrancó la puerta de las bisagras y aplastó a quien estuviera al otro lado. Cuando se levantó tuvo que esquivar los golpes de otro hombre, al que lanzó por el aire con un par de llaves. Otro, más grande y aparentemente más peligroso, duró un poco más, pero acabó también por el suelo. En una silla, ataca con cinta aislante, una niña de no más de 10 u 11 años. Rubia y pecosa, ojos claros, pero al mismo tiempo sumidos en una profunda oscuridad, tal vez eterna... La desató y casi se la cargó a la espalda, ya que adivinó la figura de un hombre armado con una pistola. Consiguió esquivar varias balas, y saltar por la ventana lateral del recibidor. Corriendo como locos llegaron al coche, y Kuro aceleró a tope.
No hay comentarios:
Publicar un comentario