Tomaron a los rehenes, incluído al enano, y se hicieron cargo de los bandidos supervivientes. El que había estado custodiando al enano huyó por una ventana cuando nadie lo veía. Seguro que avisaría a Seregring.
Rodearon la Colinas y tomaron rumbo al Camino Verde. Díndae se desvió buscando a los enanos Nîm y Dolin, dando con ellos al norte de Bree.
Se separaron de los elfos cerca del Bosque Viejo con gran pesar y palabras amables, sabiendo que dejaban a unos amigos.
El grueso del grupo llegó a Daembar unos seis días después de haber partido de Amon Hith. Allí reposaron en la Casa de Curación, mientras se involucraban poco a poco de nuevo en la rutina del pueblo, que ya contaba con casi 200 habitantes, ganado y una decente reserva de grano.
Informaron a Arador en cuanto pudieron y se prepararon para las nuevas órdenes: custodiar Daembar y patrullar sus alrededores, limbiando la zona de Lobos Blancos.
Poco a poco las heridas se fueron cerrando y todo era normal, excepto por la desaparición de Forendil, el taciturno montaraz. Era normal. Su superior, el veterano Belegost, sabía que después de una misión compleja Forendil gustaba de desaparecer unos días. Se decía que había visitado Annúminas, Fornost Erain, acampado en el Bosque de los Trolls, atravesado las Montañas Nubladas. Había visitado Valle y pernoctado en Rhosgobel. Muchos dúnadan lo miraban con admiración, cosa que él detestaba. Su ausencia no se notaba, hasta que se notaba.
Belegost quería ir a buscarlo, formar un grupo y rastrear en su busca. Pero pocas dudas tenía: seguro que estaba en Annúminas, a unas 45 millas de Daembar, al noroeste; lejos de la zona donde Arador les había ordenado permanecer. Thorongil, Kargor y Díndae discutieron con él: seguro que su Señor lo entendería.
Aun así Belegost se negó; patrullaría el sur del poblado junto a Feagorn. Díndae insistió y acabó increpando a Belegost con palabras amargas: "Tu amigo está perdido y no vas a buscarlo. Yo iré entonces, ya que tú no valoras a tus hombres". Así se despidieron, con un Belegost serio y callado, y un joven Feagorn roto por la vergüenza.
Thorongil y Kargor se quedaron en el pueblo, continuaron formando a la milicia; Díndae partió hacia la temida Annúminas, plagadas de fantasmas y otros monstruos según contaban.
El montaraz atravesó la ventisca y tardó, a caballo, un par de días en llegar a la linde de la ciudad, cubierta de nieve en su totalidad. El círculo completo de muro, las calles concéntricas, el Baluarte y la Biblioteca sobre el farallón del Lago del Crepúsculo. Era un sueño. Sólo se empañó por las huellas de trasgo que encontró por el camino.
Díndae rastreó y, con su instinto, percibió la presencia de Forendil en un sótano cercano a la puerta este de la abandonada ciudad. El miedo debido al mito de Annúminas era enorme, pero logró entrar y localizar al solitario montaraz. Estaba solo, herido y en un estado deplorable. Escondió al caballo en el sótano y encendió un brasero para calentar un poco aquel lugar.
Forendil se alegró al verlo. Tenía una herida en la espalda. De flecha. No había podido curarse debido a que no podía llegar al lugar donde tenía la punta de flecha clavada. Flecha orca. Rondaban la ciudad. Había podido matar a varios, pero no a todos. No al que le había disparado por la espalda.
Díndae extrajo la punta y curó la herida como pudo, usando athelas en infusión y emplasto. Moverlo esa noche sería peligroso. Decidieron pensarlo y esperar hasta el amanecer. Forendil tenía fiebre, una fiebre alta que hizo que soltara frases delirantes "tu amigo... debe encontrar a Túrin... Alqualosse... en peligro". Díndae lo refrescó con un paño helado con nieve, y se calmó.
Durante la noche un par de visitantes pasaron cerca de la puerta del piso bajo. Díndae subió las escaleras con su arco listo. Dos, un trasgo snaga y un orco rondaban y discutían: "¡Aquí no hay nadie!" gritaba en susurros el snaga, "no pintamos nada aquí. Todo se revuelve, y los espíritus de los tarkos del norte podrían devorarnos... Larguémonos". "¡Tú callarás y seguirás el rastro!" ordenaba el orco. "¿Qué pasa? ¿Tu señor Seregring te fustiga al sol, Ulgash?", "¡Silencio, digo, maldito snaga! Y sigue husmeando o te denunciaré... por aquí huele a humano". Díndae estaba listo para disparar en cuanto alguno abriera la puerta, pero los dos enemigos pasaron de largo.
Díndae miró al pobre Forendil febril desde las escaleras. Pensativo, las bajó en silencio preparándose para una larga vigilia.
En Daembar también pasaron cosas: dos noches después de haber partido Díndae hubo una alarma silenciosa en la patrulla nocturna. Avisaron a Thorongil (que dormía) y as Kargor (que escribía un libro sobre el Norte aprovechando momentos libres). Los dos salieron y, a pocos cientos de metros del pueblo, a través de la oscuridad y de la nieve que caía pudieron distinguir dos figuras: orcos. Los cazaron en su huída, pero Kargor fue emboscado y pudo morir si su armadura de cuero no hubiera reflectado un disparo afortunado de un arco orco. Al final los exterminaron y pudieron regresar, informando a Dírhael y al resto de lo ocurrido.
Patrullas de orcos cerca de Daembar... trasgos alrededor de Annúminas... Aquel invierno iba de mal en peor.
Belegost quería ir a buscarlo, formar un grupo y rastrear en su busca. Pero pocas dudas tenía: seguro que estaba en Annúminas, a unas 45 millas de Daembar, al noroeste; lejos de la zona donde Arador les había ordenado permanecer. Thorongil, Kargor y Díndae discutieron con él: seguro que su Señor lo entendería.
Aun así Belegost se negó; patrullaría el sur del poblado junto a Feagorn. Díndae insistió y acabó increpando a Belegost con palabras amargas: "Tu amigo está perdido y no vas a buscarlo. Yo iré entonces, ya que tú no valoras a tus hombres". Así se despidieron, con un Belegost serio y callado, y un joven Feagorn roto por la vergüenza.
Thorongil y Kargor se quedaron en el pueblo, continuaron formando a la milicia; Díndae partió hacia la temida Annúminas, plagadas de fantasmas y otros monstruos según contaban.
El montaraz atravesó la ventisca y tardó, a caballo, un par de días en llegar a la linde de la ciudad, cubierta de nieve en su totalidad. El círculo completo de muro, las calles concéntricas, el Baluarte y la Biblioteca sobre el farallón del Lago del Crepúsculo. Era un sueño. Sólo se empañó por las huellas de trasgo que encontró por el camino.
Díndae rastreó y, con su instinto, percibió la presencia de Forendil en un sótano cercano a la puerta este de la abandonada ciudad. El miedo debido al mito de Annúminas era enorme, pero logró entrar y localizar al solitario montaraz. Estaba solo, herido y en un estado deplorable. Escondió al caballo en el sótano y encendió un brasero para calentar un poco aquel lugar.
Forendil se alegró al verlo. Tenía una herida en la espalda. De flecha. No había podido curarse debido a que no podía llegar al lugar donde tenía la punta de flecha clavada. Flecha orca. Rondaban la ciudad. Había podido matar a varios, pero no a todos. No al que le había disparado por la espalda.
Díndae extrajo la punta y curó la herida como pudo, usando athelas en infusión y emplasto. Moverlo esa noche sería peligroso. Decidieron pensarlo y esperar hasta el amanecer. Forendil tenía fiebre, una fiebre alta que hizo que soltara frases delirantes "tu amigo... debe encontrar a Túrin... Alqualosse... en peligro". Díndae lo refrescó con un paño helado con nieve, y se calmó.
Durante la noche un par de visitantes pasaron cerca de la puerta del piso bajo. Díndae subió las escaleras con su arco listo. Dos, un trasgo snaga y un orco rondaban y discutían: "¡Aquí no hay nadie!" gritaba en susurros el snaga, "no pintamos nada aquí. Todo se revuelve, y los espíritus de los tarkos del norte podrían devorarnos... Larguémonos". "¡Tú callarás y seguirás el rastro!" ordenaba el orco. "¿Qué pasa? ¿Tu señor Seregring te fustiga al sol, Ulgash?", "¡Silencio, digo, maldito snaga! Y sigue husmeando o te denunciaré... por aquí huele a humano". Díndae estaba listo para disparar en cuanto alguno abriera la puerta, pero los dos enemigos pasaron de largo.
Díndae miró al pobre Forendil febril desde las escaleras. Pensativo, las bajó en silencio preparándose para una larga vigilia.
En Daembar también pasaron cosas: dos noches después de haber partido Díndae hubo una alarma silenciosa en la patrulla nocturna. Avisaron a Thorongil (que dormía) y as Kargor (que escribía un libro sobre el Norte aprovechando momentos libres). Los dos salieron y, a pocos cientos de metros del pueblo, a través de la oscuridad y de la nieve que caía pudieron distinguir dos figuras: orcos. Los cazaron en su huída, pero Kargor fue emboscado y pudo morir si su armadura de cuero no hubiera reflectado un disparo afortunado de un arco orco. Al final los exterminaron y pudieron regresar, informando a Dírhael y al resto de lo ocurrido.
Patrullas de orcos cerca de Daembar... trasgos alrededor de Annúminas... Aquel invierno iba de mal en peor.
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