domingo, 4 de mayo de 2025

Manchester 1888: Noche Industrial

    En esa época Victoria todavía reinaba.

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    Londres era un hervidero de actividad. Lo mismo podría decirse de otras capitales europeas. Pero Manchester era el futuro. Futuro con mayúsculas. Era, sin duda, la ciudad más moderna e industrializada del mundo. Y, para colmo de Liverpool, estaba empezando con el dragado y la obra faraónica que era traer el mar directamente a la ciudad y transformar ese fuerte de Mamuncium que los romanos decían que tenía forma de busto femenino en un auténtico puerto marítimo a 40km de la costa.

    ¿Que por qué digo ciudad? Porque, a pesar de serlo desde 1853, la ciudad estrenaría el nuevo título de County Borough en unos pocos meses. Lo dicho: la ciudad del futuro.

    En fin, que empezaba el año 1888 con fuerza, y Manchester se enfrentaba a una obra enorme, a la llegada de miles y miles de foráneos (galeses, irlandeses, y no pocos orientales y de otras etnias de Europa del este) y dos pequeñas epidemias (de cólera y de disentería) que, minimizadas por la prensa, no causaban un impacto directo en los habitantes acomodados del centro de la ciudad, pero sí en decenas de bloques al sur de Chester Road. Esa zona, plagada de nuevos edificios donde se acinaba la población trabajadora en las fábricas de algodón y en el dragado del canal, era el principal foco de infección.

    Pero otra dolencia caía sobre la ciudad: mujeres de trabajos nocturnos que frecuentaban las calles aledañas a Dean's Gate eran sorprendidas por la Muerte a altas horas de la noche. Poco se hablaba del tema, pero había gran inquietud entre las familias burguesas del barrio; al fin y al cabo, algunas de las muchachas encontradas muertas no eran realmente de moral distraída... eran muchachas de buena familia que volvían a casa a horas relativamente prudentes. Pero, extrañamente, estaba siendo un invierno largo donde la oscuridad propia que rondaba el solsticio ocupaba también largas horas.

    La prensa tapaba los casos de muchachas de familias respetables, pero recalcaba en páginas interiores lo peligroso de permitir que jovencitas desvalidas (es decir, no acompañadas por un hombre) caminaran solas por las oscuras calles cercanas al Irwell.

Manchester 1888

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    Johann Grüber, criado en la ciudad pero de padres germanos, había alcanzado cierto éxito profesional. Sus padres, pertenecientes a la alta burguesía austrohúngara, habían buscado en Manchester un lugar en crecimiento y con oportunidades. Su padre, arquitecto, había participado en muchos proyectos que ahora tocaban a su fin. Tanto su madre como su padre habían muerto, y un Johann adolescente y sin raíces había sido tutelado por sir Robert Grant, médico muy reconocido en la ciudad, que había hecho también las veces e albacea de la familia, controlando la herencia y los estudios del muchacho que, tal vez por querer agradar a su tutor, había cambiado la idea de estudiar arquitectura, como su padre, por estudios de medicina y farmacología en la universidad de Manchester.

Johann Grüber

    Sir Robert, viendo que el muchacho era muy disciplinado y profesional, pero no de una familia lo suficientemente notable, lo contrataba puntualmente como farmacéutico y ayudó a Johann a montar una modesta consulta por Quay street, que al joven pero competente farmacéutico le permitía un cierto nivel de vida acomodado. El muchacho, protegido pero no totalmente aceptado por el doctor Grant, buscaba su aprobación con recelo; pero también mostrarle su gran capacidad con puntuales momentos de rebeldía.

    Fue en una de las visitas a sir Robert, que vivía algo más al norte, hacia Market street, cuando el joven Johann fue atacado. Escuchó ruidos en un callejuela cercana al canal, sollozos de mujer. Una figura oscura y larga, como un hombre de traje de extremidades anormalmente longilíneas, como de arácnido, retenía a una muchacha a la fuerza. Al actuar para defenderla, Johann fue atacado también por ese Hombre Largo. Perdió la consciencia y, al despertar, se vio sorprendido en la escena del crimen por un miembro de la la policía metropolitana. Incapaz de controlarse, atacó al policía... y no solo eso: mordió su piel y succionó parte de su sangre, en un arrebato fuera de toda cordura. Huyó del lugar tras lograr controlarse, pero sabía que algo había cambiado para siempre en él. Todo se quedaría en un susto para el policía, que había podido, al menos dar una descripción al retratista forense.

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    La viuda Thompson, mujer influyente, rica y un poco desnortada, residía cerca del canal, en Albert street. Era la suya una casa grande, con varias habitaciones, cochera, unos diez sirvientes y muchas noches de espiritismo, arte barato y fiestas hasta altas horas. Su marido había invertido bien (mejor dicho, muy bien) en las obras del puerto y del canal, pero no había sobrevivido lo suficiente para verlo. 

    Clarissa lloraba su pérdida, pero más perdida se volvió ella al ver que él ya no estaba. Tan perdida, que se encontró. Empezó a vivir una vida más libre, más auténtica, menos cerrada ni plegada a los requerimientos de su estatus o época. Tan excéntrico era todo que tenía un coche de dos caballos conducido por una mujer, Lucy (una muchacha recién entrada en la veintena, hija del anterior cochero y amante de los caballos). Y en su casa se hacían desde lecturas de poesía a sesiones de espiritismo, pasando por estudios artísticos con cena incluida. 

    Pero su vida estaba a punto de cambiar, y todo por tener una nueva sobredosis en su casa... y llamar al siempre certero doctor de la familia, sir Robert Grant, y su farmacéutico no oficial para deslices de la clase alta, ese joven centroeuropeo con acento de Manchester.

La viuda cayó bajo la vigilancia de un ser nocturno al que llaman el Hombre Largo. Ese ser la infectó de alguna manera. Una enfermedad que ni Grant ni Grüber saben explicar enteramente... aunque este último, ya en privado, le explicó que él acababa de contraer también esa dolencia. De alguna manera encontrarían la forma de sanar pero, por ahora, tocaba evitar el sol como un enfermo de porfiria. Y aguantar.

Clarissa Thompson

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    Dexter Hall había llegado a la ciudad atraído, entre otras cosas, por las epidemias de cólera y disentería. Digamos que no es el revulsivo que otros buscarían, pero el doctor en Medicina Hall era un valiente.

    Valiente e inmune a todo tipo de enfermedad desde que era inmortal (o eso cree), y eso había sido durante su participación en las guerra de independencia de Grecia contra los otomanos, más de medio siglo atrás. Allí un ser había dado su don de la oscuridad a Hall, y éste llevaba desde entonces buscando la manera de entenderse a sí mismo.

    El doctor Hall venía acompañado por Nuli, una mujer asiática que había sido niña años atrás. Rescatada por Hall, criada por Hall y protegida por Hall, Nuli era una ayudante excepcional y muy dotada en varias disciplinas médicas poco convencionales. Pero Hall buscaba una vida para ella, mientras ella buscaba una eternidad junto a su señor.

Ahora el doctor Hall busca una cura para las epidemias que asolan Manchester.

    Fue la fortuna la que hizo que coincidiera con el doctor Grüber para tratar a un joven atacado en plena calle llamado McKenna. Más tarde conocería también a la viuda Thompson. Los tres habían recibido el don de la oscuridad, pero se empeñaban en verlo como una enfermedad curable. Hall quería verlo así también, pero cinco décadas investigándolo habían dado como resultado la nada.

    Aun así, el hecho de conocer a otros como él en Manchester, cuando le habían resultado tan esquivos en sus viajes por Europa, era emocionante y terrible a la vez. Y Nuli, sabiendo ahora que había más, se preguntaba por qué ella no podría unirse a los malditos.

Doctor Dexter Hall

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    Henry Powell era un auténtico mancuniano. Nacido a finales del XVIII, había crecido entre trabajos duros y mucha pobreza. De niño quedó muy impresionado al conocer lo ocurrido en Francia con el rey Luis XVI. Parecía que todo podría cambiar para la clase trabajadora. Aquellos primeros movimientos obreros del XIX eran inspiradores, y Henry era ya un hombre cuando aparecieron las Leyes del Cereal, inflando precios como el del pan y radicalizando a los plebeyos. Henry fue uno de los presentes y cabecillas de segunda fila en la gran manifestación de St. Peter's Field de 1819. Lo que sería, finalmente, la Masacre de Peterloo, cuando los húsares del ejército cargaron contra los manifestantes desarmandos.

    Aquello marcó la ciudad, cortando todo progreso sindical por el miedo, y sirvió de castigo para Henry, que acabó enredado en los tejemanejes de seres que querían imponer su voluntad a los hombres. Henry recibió como castigo el don de las tinieblas por parte de un monstruo que lo esclavizó durante décadas. Lo arrastró por media Europa pero, al final, Henry logró su libertad de un modo que... prefiere mantener secreto.

Henry Powell
    Ahora, ya sin señor, regresa a un Manchester casi siete décadas más viejo; cambiado por la faraónica obra del canal, lleno de nuevas gentes de todas las partes del Imperio. Nuevas gentes... como la secta oriental que conoce su naturaleza e, incluso así, transporta la caja que trae a Henry a la ciudad como pago a otros servicios.

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    Ronan McKenna es joven, pero lleva mucha carga encima. Llegó a Manchester desde Irlanda tras una infancia de hambre, frío y golpes. Aquí se formó como mecánico, y llegó a ser jefe de grupo en una de las fábricas algodoneras. Trabajador, ingenioso y buen compañero (incluso con los de otras razas, que otros grupos no aceptaban). Tenía buen nombre para algunos... para otro era un asqueroso que acabaría casado con una china o, peor, una negra.

    Una noche fue atacado, volviendo a casa, por unos compañeros de trabajo celosos de que su grupo trabajara más eficientemente a pesar de estar compuesto por esos chinos y negros a los que odiaban. Salvado por los pelos por dos hombres que se identificaron como médicos, McKenna tenía un par de cortes sangrantes que no eran tan graves como aparatosos. Viendo que ambos doctores actuaban de forma extraña, el joven dio las gracias por su amabilidad, y se retiró con sus heridas por los callejones del centro en dirección a su casa. En ese tramo, llamado seguramente por el olor a sangre, fue atacado por el Hombre Largo. No entendiendo qué ocurría trató de contraatacar, pero la fuerza abrumadora de la criatura era imparable.

    Por suerte estaba siendo seguido de cerca por los dos médicos, que lo encontraron al borde del Frenesí. El Hombre Largo se retiró, y el joven pudo ser llevado a la clínica-laboratorio de uno de ellos para ser explorado. El resultado de las pruebas fue concluyente: estaba infectado.

Otro más en esa noche eterna.

Ronan McKenna

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