domingo, 18 de septiembre de 2011

Montaraces del Norte I

El disparo fue perfecto: el corzo, un macho con sus buenos 30 kilos, cayó fulminado al recibir la flecha en pleno corazón.
- No está mal... pero yo hubiera disparado antes -dijo Kargor. Thorongil lo dudó seriamente mientras veía cómo el arquero, Díndae, se acercaba.

Habían cercado al corzo durante unos 20 minutos y, tras guiarlo hacia Díndae, se había transformado en provisiones para el campamento. La orden de Arador, hijo de Argonui, Capitán de los Montaraces, era clara: conseguir provisiones. En pleno septiembre y tan cerca del linde norte de la Comarca, la cosa no era difícil.
A pesar de ser montaraces bisoños seguían siendo Dúnedain, y podían remontar su linaje a Númenor. Eran Altos Hombres, y éso siempre es un factor determinante. 
- Ésto es raro -dijo Díndae al acercarse al cadáver del corzo -Tiene marcas de mordiscos en las patas... y marcas de zarpas por la panza. A este corzo lo han acechado los lobos. 
- ¿Lobos? -dijeron los otros- ¿Tan al sur?
- Sí: lobos. Deberíamos investigar -respondió el arquero.
- ¿Para qué? -se quejó Kargor- Nuestra misión es conseguir provisiones. ¿Para qué? Ni yo lo entiendo... nuestro señor Arador nos pide buscar provisiones dos meses antes de que llegue el invierno.
- Deberíamos investigar porque los lobos son nuestros enemigos, tanto como los orcos, ya que ambos son aliados.

Refunfuñando, Kargor preparó al corzo para transportarlo mientras Thorongil y Díndae buscaban un rastro que no tardaron en encontrar. Guiaba al norte.
Lo siguieron durante casi dos horas, el enorme Kargor cargando con la presa mientras los dos rastreadores corrían delante. Las lomas se sucedían, hasta que frenaron en seco bajo las ruinas de una torre de vigilancia de tiempos más felices donde los Reyes de Arnor custodiaban todas aquellas tierras. Frenaron porque a unos pocos cientos de metros, sobre otra loma, había unos doce lobos grises plateados devorando lo que tal vez eran los restos de un ciervo, tal vez otro corzo. En el medio, de color gris macilento, distinguieron el pelaje de un huargo hembra. El viento venía del norte, ocultando el olor de los tres montaraces, pero la situación era muy peligrosa. Anochecía, y decidieron regresar al campamento, rumbo sur. Al regresar se sorprendieron del frío que hacía, y de las extrañas nubes que llegaban del norte. No tardó demasiado en ponerse a nevar... algo inaudito en ese mes y en esas tierras.
Tras una larga marcha forzada consiguieron llegar al lugar de acampada de Arador y sus hombres, donde explicaron lo que habían visto.

Arador formó a sus hombres, mandó algunos al norte y cogió a 4 de ellos (entre ellos a nuestros montaraces) y se fue al sur, a la Comarca. 

Allí llevaban las provisones, y el origen de esa idea no era de otro que del mago Gandalf, al que se encontraron oculto cerca de la frontera junto con otros montaraces. Gandalf habló con ellos con familiaridad, e incluso pareció reconocerlos, aunque ellos no podían decir lo mismo. Arador habló con el mago en privado, tal vez de los sucesos del norte... Lobos y nieve tan al sur... Era algo digno de ser investigado.
Arador pidió a los jóvenes montaraces que fueran a Bree, a ver si podían averiguar algo, pero éstos rogaron  a su señor ir de nuevo al norte, donde se consideraban más útiles que entre los hombres de Bree.

Así, aquel día de finales de septiembre del 2911 de la Tercera Edad, Kargor, Thorongil y Díndae se pertrecharon y tras un breve respiro y descanso, partieron al norte.

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