viernes, 6 de agosto de 2021

Forbidden Lands: Evasión.

Que el trabajo en la mina es duro, sucio y hasta la muerte, eso lo tenían claro. La humillación de haber sido capturados para algunos de ellos era enorme, pero sobrellevaban su vergüenza como podían. 

Idril el medioelfo druida
Idril, el joven druida medioelfo, se sentía desconectado de la Naturaleza. Ya no escuchaba a Cauce, la diosa de los ríos, ni las enseñanzas de Barro entraban en él... Perdido y desconectado. 

Kurt, un cazador wolfkin
Kurt, apenas un lobato wolfkin, había visto morir a media manada de forma inconcebible y, en su huida, había sido capturado por los esclavistas. Qué deshonra.

Tháendan, elfo guerrero
Peor lo llevaba el vermello Tháendan. Para un elfo que luchaba por recuperar las tierras ancestrales del Cuervo de manos de los Hombres haber sido atrapado en aquella emboscada, haber perdido su arma y su cota de mallas... era incapaz de descansar tranquilo. Y ya llevaban meses en aquel cautiverio.

La Niebla de Sangre lleva siglos impidiendo que haya una vida normal en el lejano Vivend. Era otro de los motivos por los cuales escapar de allí (donde quiera que allí fuera) era una locura. En el hueco de mina que usaban como residencia, letrina, comedor... ya habían muerto varios compañeros. Orcos, goblins, otros humanos... La Mina de Zarakzán era un matadero y sus esclavistas alderlanders no eran los matarifes. De éso se encargaban el cansancio, el hambre y las enfermedades.

Pero, de algún modo, la llegada de Érelm a su galería fue como un atisbo de esperanza. 

Érelm, misterioso colaborador

Érelm era un hombre, pero durante aquellos días que estuvo con ellos se mostró respetuoso, recto, animoso y afable. Entrado en años (unos 60, respetable para un hombre) pero todavía robusto y ágil tras su barba y melena largas y blancas. 

La mina de Zarakzán
Pasó bastante rápido. Un frío día los destinaron al exterior: limpieza de rocas y recogida de nieve para fundir en la hoguera. Los capataces alderlanders, con sus fustas, vigilaban por encima el trabajo. Érelm sonreía a sus compañeros de galería y hablaba con otros esclavos. Todo era rutina hasta que la empalizada exterior se abrió para dejar entrar un carro cubierto, guiado por un Guardia de Hierro. De pasajero en la cabina vieron a un Hermano de Herrumbre que, cansado del viaje, descendió del carro... los alderlanders se acercaron a saludar respetuosamente al representante de Herrumbre. Kurt aprovecharía ese momento para mezclarse entre trabajadores y acabar sigilosamente, tras los edificios de madera que servían de residencia de capataces y de almacén. Colándose en el almacén encontró nada menos que su arco corto tallado y otros objetos (armas, ropas de abrigo) que serían de utilidad. Hizo dos macutos con sábanas y los sacó al exterior sin que los capataces lo vieran gracias a su extrema precaución. Haciendo señas a Érelm para que viera dónde estaba todo, se dispuso a aprovechar el despiste de los guardas y salir por el portón mal cerrado por la llegada del carromato.

Érelm avisó a Tháendan e Idril, entre otros, y les dijo que fueran a la parte de atrás del almacén donde Kurt había dejado todo el material. Entonces empezó a entonar un cántico extraño y la montaña empezó a temblar... Nieve y rocas empezaron a caer sobre el exterior de la mina haciendo que cundiera el caos. Tháendan llegó veloz y fue capaz de recuperar su espada larga y su camisa de anillos. Cogió sus botas y algo de su ropa y rodeó el edificio hacia donde venía a toda velocidad un guarda con intención de bloquear el portón de empalizada. Lo que éste no supo es que habría de recibir un espadazo élfico desde su flanco izquierdo y un flechazo wolfkin desde el exterior de la empalizada. Idril llegó con su raída túnica y su vara recién recuperada. Dentro varios esclavos estaban luchando contra capataces, y Érelm seguía concentrado, con sus brazos vibrantes, atrayendo el alud de nieve y roca. Pero aquello cesó cuando el guardia de Hierro lo atravesó con su herrumbrosa espada ancha... Érelm cayó sangrando y logró levantar la cabeza para ver cómo sus tres compañeros de galería lo miraban un momento y huían en dirección al baldío, rumbo al sur en aquel atardecer de lunas nuevas.

No sabrían qué pasó en la mina, pero lograron seguir un rumbo estable hacia el sur, sur-este. Idril, invocando sus poderes para ver más allá, les diría a sus compañeros que el mar estaba cerca y que una torre cercana a la costa y un pueblo millas más al suroeste, en la desembocadura de un río, eran los dos lugares que sus ojos veían.

Tyr Melián... ¿Qué secretos esconderá?
Fueron hacia la torre y allí buscaron un lugar cercano para acampar; el afortunado wolfkin conseguiría cazar un jabalí, el elfo un puñado de manzanas y ramos de rúcula y canónicos, y el druida un pequeño manantial natural entre rocas. Cenaron bajo las raíces de un árbol próximo a la torre charlando. La torre, supuso Ídril por sus conocimientos de leyendas de la zona, sería Tyr Melián. El pueblo cercano, en la desembocadura del río Meliagua. Decidieron que habían tenido bastante de todo y los tres se rindieron al sueño, completamente agotados.

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