Allí aprendieron sobre hierbas, sobre tradición y sobre algunas historias contadas a la luz y el calor del fuego. Entre todos limpiaron la ciudad de cadáveres orcos. Díndae sugirió colocar las cabezas de los caídos en picas en las puertas exteriores como advertencia, pero Argonui dijo que no: prefería que los orcos no supieran qué pasó con sus compañeros que saberlo y revelarse a ellos de esa forma... los montaraces dependen del sigilo y de su discreción.
La amarga separación (sobre todo para Kargor) llegó al día siguiente. A medida que se alejaban de Fornost, mirando atrás y viendo cómo la manta de nieve se hacía más amplia entre ellos y la ciudad abandonada. Kargor miraba atrás y recordaba. Le había pedido a su señor servir en su escolta personal, pero Argonui, con cariño, había rechazado su ofrecimiento. Para compensar se habían intercambiado regalos: el Jefe de los Montaraces le había regalado su pipa y él un poco de hierba de la Cuaderna del Sur.
Tres días largos de camino los separaba de Bree y de los cálidos hogares del Poney Pisador. Siguieron ciñéndose al Camino Verde para viajar más rápido. Cuanto más al sur menos nieve caía, pero una capa blanca cubría toda la ruta y las tierras circundantes. Les pareció ver, con el rabillo del ojo, algo moverse entre los montículos de nieve... Díndae incluso disparó un par de flechas, pero nada más vieron... ¿Lobos?
Bree no los acogió bien, y el guarda de la puerta fue muy brusco y hostil. Al final reconoció a Kargor como el viajero que había cantado unas noches atrás en el Poney. Los dejó pasar a regañadientes.
El Poney estaba vacío, pero el señor Centenillo Mantecona los trató igual de bien que siempre. Parecía nervioso, eso sí. Dejando sus cosas en la habitación, Díndae y Kargor bajaron a cenar en la sala privada; Thorongil prefirió encamarse y cenar simplemente unas tostadas y leche con miel.
La cena, exquisita como siempre, tuvo como postre una conversación con Centenillo: las cosas iban mal. Al parecer indeseables habían rondado la zona, ladrones y salteadores de caminos, y había problemas con el comercio a y desde La Comarca. Algunas personas habían aparecido muertas en los caminos. De los sureños que habían investigado la última vez no había ni rastro, "y algunos hemos sumado dos más dos, si usted me entiende" dijo Mantecona.
Díndae decidió salir de noche y visitar la casa de los sureños. Mientras se preparaba intentaba presionar a sus compañeros para que alguno lo acompañara, pero ambos veían inútil el paseo bajo una incipiente nevada nocturna. El paseo fue corto e infructuoso: Díndae esquivó al guarda de la puerta sur, que regresaba de ser relevado, y logró abrir el cerrojo con sigilo y gran destreza, pero el interior estaba limpio y sin rastro. Dedujo que, tal vez, el concejo mandaba a limpiar estas casas para que nuevos inquilinos las encontraran a su gusto. Lógico.
A la mañana siguiente madrugaron y, al bajar a la sala común para el almuerzo, se encontraron con un conocido: el anciano viajero al que llaman Gandalf. Conversaron con él en cofianza, y le contaron sus planes:
-Cumplir las órdenes de Argonui -dijo Kargor. - Ir a La Comarca y ayudar a la pequeña gente a reunir provisiones... Este invierno las van a pasar canutas: no te queda duda, anciano.
Pero Díndae, ceñudo, miró las imperfecciones de la mesa redonda de madera... los surcos recorrían la superficie, y no se veía dónde comenzaban, ni dónde acababan; algunos se unían y entrelazaban, otros se separaban.
-Yo no -dijo.-Hay en todo ésto de los salteadores algo que no me gusta. Creo que debemos investigarlo ahora que estamos aquí.
- Pero La Comarca -exclamó Kargor. -Debemos cumplir la orden de nuestro Capitán. Éso es prioritario: recuerda que somos sirvientes de nuestro señor; somos soldados juramentados, regidos por nuestra lealtad.
- Lo sé de sobras, Kargor -la mirada de Díndae no mostraba duda de ello-, pero creo que ahora somos realmente necesarios aquí. La Comarca, siguiendo el Camino del Este está a sólo un par de días... en una mañana podríamos rastrear la zona un tanto y averiguar algo, ver si tienen una guarida o algo así, y zanjar esta cuestión de raíz. Somos Montaraces del Norte, y mantener la paz del Rey demostrando a esos desalmados que esta tierra no es suya también es cumplir con nuestro señor Argonui.
Los dos se miraron, como midiendo el peso de sus argumentos. Thorongil miró a sus amigo y al mago, y continuó mirando afuera desde las ventanas del Poney, viendo caer la nieve en el pueblo, pero con la mirada ausente.
Tres días largos de camino los separaba de Bree y de los cálidos hogares del Poney Pisador. Siguieron ciñéndose al Camino Verde para viajar más rápido. Cuanto más al sur menos nieve caía, pero una capa blanca cubría toda la ruta y las tierras circundantes. Les pareció ver, con el rabillo del ojo, algo moverse entre los montículos de nieve... Díndae incluso disparó un par de flechas, pero nada más vieron... ¿Lobos?
Bree no los acogió bien, y el guarda de la puerta fue muy brusco y hostil. Al final reconoció a Kargor como el viajero que había cantado unas noches atrás en el Poney. Los dejó pasar a regañadientes.
El Poney estaba vacío, pero el señor Centenillo Mantecona los trató igual de bien que siempre. Parecía nervioso, eso sí. Dejando sus cosas en la habitación, Díndae y Kargor bajaron a cenar en la sala privada; Thorongil prefirió encamarse y cenar simplemente unas tostadas y leche con miel.
La cena, exquisita como siempre, tuvo como postre una conversación con Centenillo: las cosas iban mal. Al parecer indeseables habían rondado la zona, ladrones y salteadores de caminos, y había problemas con el comercio a y desde La Comarca. Algunas personas habían aparecido muertas en los caminos. De los sureños que habían investigado la última vez no había ni rastro, "y algunos hemos sumado dos más dos, si usted me entiende" dijo Mantecona.
Díndae decidió salir de noche y visitar la casa de los sureños. Mientras se preparaba intentaba presionar a sus compañeros para que alguno lo acompañara, pero ambos veían inútil el paseo bajo una incipiente nevada nocturna. El paseo fue corto e infructuoso: Díndae esquivó al guarda de la puerta sur, que regresaba de ser relevado, y logró abrir el cerrojo con sigilo y gran destreza, pero el interior estaba limpio y sin rastro. Dedujo que, tal vez, el concejo mandaba a limpiar estas casas para que nuevos inquilinos las encontraran a su gusto. Lógico.
A la mañana siguiente madrugaron y, al bajar a la sala común para el almuerzo, se encontraron con un conocido: el anciano viajero al que llaman Gandalf. Conversaron con él en cofianza, y le contaron sus planes:
-Cumplir las órdenes de Argonui -dijo Kargor. - Ir a La Comarca y ayudar a la pequeña gente a reunir provisiones... Este invierno las van a pasar canutas: no te queda duda, anciano.
Pero Díndae, ceñudo, miró las imperfecciones de la mesa redonda de madera... los surcos recorrían la superficie, y no se veía dónde comenzaban, ni dónde acababan; algunos se unían y entrelazaban, otros se separaban.
-Yo no -dijo.-Hay en todo ésto de los salteadores algo que no me gusta. Creo que debemos investigarlo ahora que estamos aquí.
- Pero La Comarca -exclamó Kargor. -Debemos cumplir la orden de nuestro Capitán. Éso es prioritario: recuerda que somos sirvientes de nuestro señor; somos soldados juramentados, regidos por nuestra lealtad.
- Lo sé de sobras, Kargor -la mirada de Díndae no mostraba duda de ello-, pero creo que ahora somos realmente necesarios aquí. La Comarca, siguiendo el Camino del Este está a sólo un par de días... en una mañana podríamos rastrear la zona un tanto y averiguar algo, ver si tienen una guarida o algo así, y zanjar esta cuestión de raíz. Somos Montaraces del Norte, y mantener la paz del Rey demostrando a esos desalmados que esta tierra no es suya también es cumplir con nuestro señor Argonui.
Los dos se miraron, como midiendo el peso de sus argumentos. Thorongil miró a sus amigo y al mago, y continuó mirando afuera desde las ventanas del Poney, viendo caer la nieve en el pueblo, pero con la mirada ausente.