La pick-up avanzaba a través de la infinita techumbre arbolada, tenazmente bajo la oscuridad de la noche y sobre un asfalto que había visto tiempos mejores.
Dentro, Sam Enfield y Conrad Swamp se lanzaban pullas, como era habitual. El primero conducía y el segundo lanzaba comentarios cínicos sobre el mundo.
Samuel sabía por qué hacía aquéllo: su hermana de 5 años había desaparecido unos diez años atrás mientras él, que por entonces tenía 16 años, la cuidaba. Esa noche algo entró en su casa, algo siniestro que aprovechó la indefensión de una niña pequeña y de un adolescente que, lejos de estar enteramente pendiente de su hermana, no reparó en qué sucedía hasta que fue tarde. "El Coco", gritó cuando llegaron sus padres y las autoridades. "Se la llevó el Coco". Creció con las enseñanzas de un abuelo que lo entrenó para abrir los ojos y estar atento. Nunca volvería a no estar pendiente. Encontraría a su hermana y vengaría aquel agravio.
Conrad era un caso aparte. Delgado, enjuto y con el pelo engominado para atrás. Siempre con aquellos trajes y camisa negros. Era un tipo extraño, siniestro dirían algunos. Pero tenía ciertas capacidades que extraía de un fondo de violencia autodestructiva interior inagotable. Veía cosas. Presentía cosas. Y casi ninguna agradable.
Un par de día atrás, en Lakeview, Oregón, se confirmaba la tercera víctima por suicidio en el pueblo. Algo no encajaba: Ivana Haffler, de 16 años dos días atrás. Si nos íbamos a 15 días, Sondra Wilkinson, de 24. Un mes atrás, Rachel Steward, de tan sólo 10.
Si algo bueno podían sacar de ello era, sin duda, la tarta de manzana casera del diner que había en la entrada del pueblo. Hellen, la veterana camarera les trajo un par de porciones y café negro para Samuel y un batido de fresa para Conrad. Batido a las 7:00 de la mañana: "el desayuno de los campeones" se atrevió a añadir Hellen arqueando las cejas. Sam centró su mirada en el café. Un par de madrugadores camioneros en ruta miraron el batido incrédulos, pero luego volvieron a sus huevos revueltos con beicon y café.
Las pullas continuaban, pero la tarta y las bebidas las aminoraron. Pero Conrad notó un destello, un algo que dejó entrar en su mente... algo que venía a darle un mensaje. El demediado vaso de batido de fresa estalló ante la presión de su mano, saltando su contenido en todas direcciones y clavándose esquirlas en dedos y palma izquierda. Hellen, muy profesional, acudió al rescate con trapos y expresión de preocupación. "No pasa nada" dijo Sam, "le sucede a veces. Lo sentimos". Dejó una propina mientras Conrad, con una servilleta envolviendo su mano, describió a "una chica rubia, muy delgada..." a la cual nunca había visto. Calló una visión sobre una muchacha de unos 16 años cortándose los antebrazos con unas cuchillas desechables. Hellen, sorprendida, explicó "¿la niña Haffler? Murió hace un par de días. Viven en Main Street".
Se dirigieron al lugar, una casa bien en un barrio bien en un pueblo bien. Todo bien. Excepto el lazo negro en una de las columnas del porche de la casa y los dos coches del sheriff en la entrada. Varios ayudantes charlaban. Alguno incluso los detuvo al ver que iban directos a la puerta principal, abierta para recibir a los vecinos al velatorio. Tras una breve discusión con uno de los ayudantes, los dos se colaron en la casa.
Conrad echó un ojo a las fotos de la familia: la chica de la visión no estaba allí. Les llamó la atención que los Haffler habían cubierto con lienzo negro todos los espejos. Consiguieron hablar con ellos, identificándose como investigadores que buscaban frenar los suicidios. Consiguieron vender la moto a la esposa, a la que debieron prometerle que resolverían la muerte de su hija. Les permitió subir al cuarto de la muchacha. Les contó que su marido, eslavo, creía que debían cubrir los espejos debido a que el espíritu de Ivana podría quedarse atrapado en uno de ellos. La mujer, sin fuerzas, no quiso discutir las supersticiones europeas de su marido.
En la habitación Sam echaría un vistazo al PC (un pentium con conexión a 56k), encontrando que la joven buscaba información sobre la "Verónica" o la "bloody Mary", un bulo que hablaba de que, repitiendo un nombre ante un espejo, convocabas a un fantasma. Conrad vio que el espejo del armario estaba roto: la chica había usado los trozos para cortarse las venas. Una foto en un álbum atrajo su atención: una chica morena abrazada a Ivana Haffler. Era la joven de la visión. La madre les dijo que la joven se había teñido hacía unos meses como gesto de amistad con la también rubia Ivana: se trataba de su compañera de clase, Susan Matheson, la cual vivía a dos manzanas, en Elm street.
Se encaminaron hacia allí, y de camino se encontraron con los que, claramente, eran sus padres. Éstos, de camino al velatorio, fueron interceptados por los dos Cazadores. Tras unas desafortunadas palabras sobre suicidios contagiosos, muerte y asesinatos el matrimonio volvió sobre sus pasos amenazando con llamar al sheriff. Sam y Conrad los siguieron.
Al entrar en la casa la mujer soltó un gran alarido. Los Cazadores llegaron corriendo, saltando sobre el padre (inconsciente en el suelo de la entrada) y subieron al piso de arriba a por la madre (que intentaba aguantar los golpes de múltiples objetos que volaban por el pasillo de la planta superior de la casa. Sam hizo bajar a la histérica mujer y cargó a través del pasillo, tumbando la puerta de un patadón. Al abrirse la puerta el joven vio a Susan sentada en el suelo mirándose en el espejo del armario ropero a punto de cortarse los antebrazos, tal y como el siniestro Conrad había visto. En el espejo del armario Sam entrevió la sombra de una mujer vestida de bruja con una... ¿bolsa en forma de calabaza en la mano?
Conrad invocó su poder para hacer escapar al espíritu que rondaba, poniéndolo en fuga tras una breve lucha contra la sombra, que lo empujó escaleras abajo.
Los padres de Susan dieron mil veces las gracias. No entendían qué había pasado. Cuando Sam dejó caer que algo del pasado había traído a esa sombra la mujer se puso más pálida y tensa... "¿Qué pasó entonces, en aquella noche de Halloween, señora Matheson?". Les pidieron abandonar la casa, o llamarían al sheriff.
Conrad volvió a casa de los Haffler y Sam visitó la sala de hemeroteca de la biblioteca local. Ambos fueron recuperando fragmentos de información, que quedaron así:
- Hace un mes Rachel Steward, de 10 años, estaba en una fiesta de pijamas con otras amigas. Bromeaban con una ouija y con el juego sacado de foros de internet de la bloody Mary. En un momento dado fue al baño y, allí, se cortó las venas con cristales del espejo. No pudieron hacer nada por ella.
- Quince días atrás la joven Sondra Wilkinson, de 24 años, se quitó la vida en su domicilio. En este caso también había cristales rotos de un espejo.
- Dos noches atrás Ivana Haffler, de 16 años, se suicidaría en su casa también, ante el espejo de su habitación.
- Esta misma mañana Susan Matheson iba a matarse del mismo modo.
No iban al mismo instituto, no frecuentaban las mismas zonas, nada. Salvo... las madres. Las madres de las cuatro chicas habían ido juntas al mismo instituto en la misma clase. Cuando la presionaron lo suficiente, Edith Haffler confesó que cuando tenía 16 años había acosado a una compañera llamada Mary Anne Barrows. Según el informe la joven Mary Anne había salido de su casa la noche de Halloween y nunca más se había visto a saber de ella.
Edith confesó que, junto con Lana, Sarah y Carol (las otras madres) habían planeado una broma que se les había ido de las manos. Aterradas, metieron el cuerpo de Mary Anne junto con su disfraz de bruja lleno de espejitos y su ridícula bolsa con forma de calabaza en un saco de arpillera y lo enterraron en el bosque de Point Crescent, en las afueras de Lakeview.
Los dos cazadores se equiparon, montaron en la pick-up y condujeron hacia allí. Parte del camino fue a pie. Llegaron a media tarde, cuando oscurecía. Cavaron y cavaron, y vieron que en el árbol sobre su tumba había pequeños espejos que reflejaban los moribundos rayos del sol. Sam cortó los hilos que los mantenían con su daga.
Mary Anne reaccionó en su saco cuando cavaron lo suficiente. Sam usó la
daga, esa que su abuelo le había legado, sobre las formas que se retorcían bajo el saco, y luego Conrad vació dos bolsas de sal y un litro de gasolina en el hoyo. Inmediatamente saco su zippo y, entre las sombras crecientes, vieron cómo el fuego purificador aplacaba a la criatura y la mandaba a su descanso eterno. Las llamas brillaban en el rostro de los dos cazadores.
Quedaban cosas por hacer en Lakeview, pero quizá serían tarea de la oficina del sheriff.