Atravesaron el portal y estuvieron durante horas perdidos. Creyendo que no podrían usar el portal de vuelta, avanzaron a través de una tormenta abrasadora de arena como el que ha quemado los puentes tras él: con desesperada esperanza.
Encontraron unas ruinas y se pusieron a cubierto dentro, heridos, quemados, deshidratados. Sólo Lámorak, que había acumulado cierto resentimiento hacia unos, según él, desagradecidos compañeros (sus compañeros empezaban a considerarlo un loco de los dioses y algo psicópata, pero eso son puntos de vista) aguantaba entero. Salía abandonándolos durante horas, explorando el terreno bajo la tormenta, buscando algún lugar hacia el que avanzar. Incluso, mientras Othar descansaba junto a un Ahnvae víctima de un severo golpe de calor, Lámorak se las ingenió para robar la daga-murciélago (que él consideraba un artefacto impío).
En su convalecencia, Ahnvae sufrió terribles pesadillas, todas relacionadas con un ente vendado que le robaba el alma.
Remitida la tormenta y recuperado el elfo Ahnvae, avanzaron hacia lo que parecía un pueblo. Resultó estar poblado, pero por unos seres extraños que no conocían otra lengua que maullidos y ronroneos: eran gente-gato.
Tardaron un poco, pero al final congeniaron. Desde el pueblo de la gente-gato se veían otros pueblos formando una especie de círculo (tan sólo puntitos de luz en la noche) y, en el centro equidistante a todos esos pueblos, una inmensa pirámide invertida que flotaba a unos treinta metros en el aire. La base era cuadrada y miraba al cielo, y el vértice inferior estaba forrado en algo brillante y dorado.
Descubrieron que en el pueblo había un portal menor, pero sin "tres en raya" o "activador" alguno. Se abrió estando ellos en el pueblo, pero tan sólo pudieron ver cómo entraba un trineo de arena con forma de vagón cargado de odres de agua, alimentos y hierbas antes de que se cerrara.
Una de las hierbas, la más presente, la había usado el elfo Othar para destilar pociones de curación gracias a su magia y su conocimiento de alquimia. Había descubierto sus propiedades calmantes, pero una noche vieron que la gente-gato la usaba para dormir muy profundamente.
Y no despertar jamás.
Una de las gatas había bebido el preparado con esa hierba, había dormido, y se había despertado totalmente consumida, con la carne y la piel seca. Relacionaron con los acontecimientos de Walkenburgo y dedujeron que así era el modo en que el señor de este lugar, que no podía ser otro que Óphir, se alimentaba: a través de los sueños, consumía a los gatos.
Una de las noches sufrieron el ataque de unos seres enormes, como esqueletos de gigantescos humanoides. La gente-gato agradeció su ayuda con gestos sinceros, pero los tres amigos sabían que el ataque era por su culpa: era hora de visitar la pirámide.
Ésta se iba haciendo cada vez más grande ante sus ojos, y cada vez más inalcanzable... ¿cómo demonios salvar la altura de 30 metros hasta el vértice inferior?
Ahnvae frunció el ceño. Aquéllo no los frenaría. Sabía que el "Palo" hacía cosas, tenía poderes, llamaba a la gente y hacía crecer la hierba. Pues a ello.
Y clavó la espada de madera en la arena bajo la pirámide de Óphir, y sucedió que aquel gesto con la espada marcaba la historia de la misma: toda su corta existencia confluía en aquel momento y lugar: la hierba brotó como loca alrededor, surgiendo de la arena y lanzándose hasta los pueblos como una ola verde. Y no sólo hierba: árboles, matorrales, arroyos.
La espada creció en tamaño, transformándose en un enorme árbol que creció a toda velocidad e impactó de lleno contra la pirámide, haciendo un agujero en su parte inferior.
Los amigos se miraron, miraron arriba, se volvieron a mirar. Asintieron.
Y comenzaron la escalada.
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