En Rivendel se separaron, ya que Thorongil ansiaba llegar cuanto antes a Daembar. Kargor y Dindae, recuperándose de heridas y desconsuelos, decidieron disfrutar de la hospitalidad de La Última Morada durante un tiempo.
Se reunirían de nuevo algo más de un mes después, con todo a su alrededor distinto: Elenhen y Thorongil estaban muy ilusionados ante la llegada de su primogénito, y Arathorn había vuelto a ser el jefe inseguro y descentrado de siempre...
Hubo reuniones y reencuentros (Díndae y Forendil se pusieron al día en cuanto a rutas, viajes y peligros; Kargor comenzó la nada fácil tarea de hibridar plantas de tabaco en busca de la hoja definitiva).
Pero al final, después de muchos días gozosos, el peso de la responsabilidad cayó sobre ellos: el Guardián del Río seguía allí, impidiendo a cualquiera que viniera desde Rohan o Gondor el paso a través del vado de Tharbad.
Arathorn no estaba deacuerdo: había mandado grupos junto a su padre, Arador a cazar trolls a Etten, y no quería dejar Daembar desprotegido... "¿desprotegido?", pensó Thorongil, "¡pero si aquí ya no quedan enemigos!". La reunión con su jefe fue corta y poco amable, pero acataría la orden... Pero una sombra se acercó al dúnadan: era Gilraen la Bella, esposa de su señor y la mejor amiga de su amada Elenhen: "Ve al sur, Montaraz; eso dicta ahora nuestra conciencia: liberar ese lugar de ese demonio, no quedarse en casa protegiendo viejos y niños de niquebriques. Si alguien pregunta yo, Gilraen, te lo ordené". Asintiendo en la oscuridad de la noche, Thorongil reunió a sus amigos y partieron antes de despuntar el alba.