La rutina se puso en funcionamiento, y fueron muchas las patrullas que salieron en todas direcciones. Arathorn actuaba como un justo relevo de su padre. Los Montaraces se sabían en buenas manos. Pronto se limpió de trasgos un área bastante amplia, e incluso se hicieron varias incursiones en el Bosque de los Trolls, lugar maldito que nuestro amigos Díndae, Kargor y Thorongil habían atravesado en diversas ocasiones con más o menos fortuna.
Un día la rutina cambió. Un grupo de mujeres y unos pocos hombres que no eran de armas llegaron desde el oeste. Forendil los guiaba.
El revuelo fue inmenso. Al parecer Gilraen había unido a varios descontentos que se habían quedado en Daembar por obligación, y había partido rumbo al este sin dar más explicaciones. Forendil se los encontró de casualidad al norte de las Colinas del Tiempo, y se vio obligado a continuar viaje rumbo a Nothva Rhaglaw... Hubiera sido peor dar vuelta, o poner rumbo sur hacia Bree, ya que Fornost ya no era seguro.
Thorongil entró en cólera, ya que Ellenhen venía con ellos. Las miradas que cruzó con su esposa, vestida ésta como un montaraz, no fueron de cariño. Y las palabras con Forendil tampoco.
De todas maneras había que completar las patrullas, y el grupo debía hacer una incursión en el Bosque de los Trolls. Allí encontraron un claro (el mismo donde habían "sentido" el poder de los árboles años atrás... ucornos los había llamado Kargor) con huellas de orcos. Siguieron el rastro y llegaron a tiempo para escuchar una conversación. Había varios trasgos y grandes orcos, y decidieron no atacar. Hablaban de planes y de un Montaraz Negro del que parecía se fiaban... ¿Belegost?
Decidieron seguirlos, y vieron que acampaban en Herubar Gular, las ruinas malditas del Bosque. Tal vez no había nada allí, todo era un engaño con sonajeros y flautas, como en Fornost. Pero no. Allí habitaba el Mal.
Encontraron cadáveres... montaraces. A todos les faltaban dedos de las manos. La rabia los invadió, y atacaron las ruinas justo cuando los orcos salían al exterior muertos de miedo. El choque fue brutal, y Díndae estuvo a punto de recibir un impacto directo de espada, pero Kargor lo salvó por los pelos...
La oscuridad, la niebla maligna y los orcos los rodeaban.
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