Asqueados y sólo consolados por la amistad de Centenillo Mantecona, los tres amigos abandonaron Bree.
La noche anterior había entrado en escena un nuevo bufón: el alcalde de Bree, un tal Bernie Arenas. Conocían el apellido, pero era más propio de hobbits. De todas formas el apellido se ajustaba a su talla moral: casi consiguió convencer al pueblo de que la culpa era de elfos y montaraces. Díndae paseó por el exterior para ver qué opinaba la gente, y lo que sacó en conclusión era que Bree era cada vez más decepcionante.
A primera hora partieron, encontrádose por el camino con los tres enanos, que ni siquiera habían dormido en el pueblo... se habían largado después de haber sido invitados a irse, no sin antes ser esquilamos a impuestos por sus ventas en la feria de primavera.
Compartieron camino y destino, ya que los convencieron de ir a Daembar.
Allí muchos se alegraron del regreso de Díndae, quien tuvo que aceptar la reprimenda de una muchacha que ya no era una niña: Gilraen hija de Dírhael.
En el pueblo se pusieron al día, y Thorongil pudo dar a su esposa una hermosa peineta de plata de factura enana que había comprado a Nîm. Kargor estuvo con los enanos, y mostró en diversas ocasiones su malestar por la actitud de los habitantes de Bree con palabras muy duras.
Forendil y Díndae, tal para cual, compartieron tiempo y conversación, pero al final todos debieron reunirse con el Capitán Arador. Éste, junto a su escolta, se alegró al verlos, pero rápidamente debió repartir órdenes.
Había que partir al Este, a Rhudaur, donde los trolls criaban y atacaban granjas y poblados noche tras noche. Había que salir a cazar trolls. A su grupo fue asignado Fëagorn, quien tuvo que pasar una prueba de entereza designada por Díndae: toda la noche velando. En medio de la noche fue atacado por Forendil y el mismo Díndae, pero durante largo tiempo supo mantenerse a cubierto, oculto y alerta, algo por lo que obtuvo el aprobado del montaraz.
Partieron no menos de 30 desde Daembar y se separaron antes de Bree: unos para rodear las Colinas del Tiempo por el norte pasando por Fornost primero y otros para seguir el Camino del Este hacia Rhudaur y el Bosque de los Trolls. Los tres amigos, junto con Fëagorn, decidieron atravesar el Bosque de Chet de norte a sur, pues allí habían visto trolls anteriormente. Y no fue mala idea.
Era de día, atravesaban un claro siguiendo unas huellas de hombre cuando un enorme troll se avalanzó sobre ellos. Pudieron reaccionar por los pelos, ya que ese ataque era inexplicable y terrible. El troll era enorme, de piel negra y lengua roja, y portaba una espada de hierro ancha y pesada. Fëagorn y Díndae soltaron flechas, Thorongil su jabalina y Kargor tomó su espada y se plantó para recibir el ataque.
Las flechas sólo quedaron colgando de la piel coriácea del troll, pero la jabalina hizo mella. Los golpes se sucedieron, así como las esquivas: Díndae se apartó por muy poco de un golpe que bien habría podido partirlo en dos. Al final el número fue determinante, y los múltiples golpes de espada de los tres jóvenes pero experimentados dúnedain dieron con el troll en el suelo, donde lo remataron.
Kargor lo observó de cerca (inerte se dejaba observar mejor) y rebuscó en su extenso conocimiento sobre folklore... Olog-hai, la Raza Troll, una estirpe temible sólo vista por unos pocos... un ejemplo de lo que podría venir más adelante. Se imaginaron ejércitos de esos seres campando a la luz del día y sus espíritus temblaron: al Este había que ir, a impedir tal cosa. Se preguntaron qué diantres hacía allí, y quién lo habría guiado a ese lugar.
Díndae juraba que, en la granja donde habían matado a los dos trolls de los bosques, había visto a un hombre vestido de oscuro alejarse; y aseguraba que ese hombre no era otro que el desaparecido Belegost. Tal vez él era el causante de todo este dolor...
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