El reencuentro era inevitable.
Habían pasado 17 años, pero los tres jóvenes estaban, en apariencia, igual. Cada uno había partido en una dirección después de aquel Invierno de 2912. Algo había cambiado en ellos. La muerte de Argonui para Kargor; el matrimonio con Elenhen para Thorongil; la asfixiante sensación de derrota continuada para Díndae...
Se reunieron en Bree. Kargor y Thorongil estuvieron poco tiempo separados: ambos residían en Daembar, el poblado dúnadan al norte de Scary. Habían viajado poco, siendo Kargor el que más se había aventurado a ver mundo, encontrándose por casualidad con un grupo de elfos al que escoltó al Oeste, y al que protegió junto a Gildor Inglórion y su banda de un ataque orco. Viajó con ellos hasta las Torres Blancas, y regresó con Gildor al este. Thorongil se vio en medio de diversos problemas diplomáticos, que resolvió gracias a su capacidad mediadora y de dar consejos que fueron afortunados. Tal vez la vida de casado había templado su carácter.
Díndae había estado más aislado: esa sensación de estar perdiendo terreno pudo con él. Sabía que todo lo que no fuera luchar era pasividad y, consecuentemente, derrota. Viajó durante un tiempo y se asentó, casi en solitario, en Annúminas. Se acantonó allí y durante meses la saneó de enemigos. Pero ese aislamiento lo separó del mundo. Cada vez le resultaba más difícil estar con gente, hasta el punto en que se volvió insoportable. Cazó orcos y cazó huargos, y Annúminas se ganó de nuevo la fama de maldita y terrible para todos aquellos que no fueran dúnedain.
Contaba con poca compañía, pero Forendil solía viajar por la zona y, siendo de parecido carácter, forjaron una buena amistad. Pero fue el joven Fëagorn el que puso en contacto de nuevo a los tres amigos: Kargor y Thorongil habían de estar en Bree para la fiesta de entrada de la primavera. Díndae, después de darle vueltas, dio aviso de que allí estaría.
Y allí se vieron, y grandes abrazos y lágrimas secas los acompañaron: habían pasado nada menos que 10 años desde la última vez que habían visto a Díndae. Se pusieron al día e intercambiaron regalos (Díndae había hecho un cuerno de madera para Thorongil y un arco compuesto para Kargor) mientras veían los cambios a su alrededor. Bree se había cerrado en sí misma y, aunque el mercadeo crecía, los extranjeros y los montaraces no eran bien recibidos.
En El Póney Pisador Centenillo reposaba descansando sus problemas de gota cerca de una ventana. Aparentaba mayor y cansado, y se alegró y se sorprendió al ver a los tres jóvenes (sobre todo de verlos igual a como eran). Su hijo, Arrocillo Mantecona, dirigía ahora el lugar, y no paraba de lanzar miradas suspicaces al grupo, a pesar de lo que dijera su padre.
Recordemos que los tres dúnedain rondaban la veintena en sus primeras aventuras; habían pasado 17 años, estando más cerca de los 40 que de los 30... pero aparentaban joviales veinteañeros.
Después de hablar un rato con Centenillo decidieron salir a ver la fiesta: múltiples puestos rodeaban la colina... Gentes de Combe, Archet, Entibo paseaban entre los puestos. Se sorprendieron al ver nada más y nada menos que a Nîm, Dori y Náin, los tres enanos de las Montañas Azules con los que tan buen trato habían tenido. Conversaron con ellos luego en el Póney Pisador, y ya la noche estaba avanzada cuando un muchacho irrumpió por la puerta Este dando voces. "Trolls", gritaba, "los trolls tienen a mi familia". Casi al borde del desmayo, entraron al muchacho al Póney para darle un tentempié y un hobbit que allí había reonoció al niño como el hijo mayor de unos granjeros al otro lado de la colina. Pidieron indicaciones para llegar allí, que les fueron dadas; luego pidieron voluntarios para ayudar a sus vecinos. Nadie habló.
La granja estaba a pocas millas, y en menos de una hora la tenían a la vista bajo la luna. Un par de edificios de piedra, rodeados por colinas bajas. Díndae se apostó con el arco largo mientras Kargor por un lado y Thorongil por el otro flanqueaban el edificio principal.
Un horrible troll de más de dos metros y medio salió del edificio con sólo un mandil y un pantalón corto. Vio a Kargor, con el que intercambió insultos en un extraño diálogo para besugos que incluso al montaraz (de respuesta fácil e hiriente ingenio) le costó seguir. El estúpido troll no vio llegar a Thorongil por detrás, que lo empaló con su jabalina. La flecha de Díndae no se hizo esperar, ni la punta del espadón de Kargor, que dejaron al troll agonizante. Desde la casa llegó otro, más pequeño y, por lo visto, pariente del caído. Con más suerte que otra cosa, acabaron también con él. Su número superior marcaba la diferencia, pero no dejaban de ser duros enemigos. Al registrar la granja vieron a sus propietarios atados contra al suelo, listos para ser asados junto a un carnero. Los pobres infelices no podían estar más agradecidos.
Los escoltaron a Bree, y allí fueron recibidos en el Póney, pero no todos parecían tan agradecidos.
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