El cadáver yacía en el suelo, descompuesto. Ídril lo miraba con cierta compasión, pero había sido necesario frenar a esa cosa.
Habían llegado a Zarakzán y se habían encontrado cierta tensión. Había un individuo que había llegado del sur y lo habían dejado en una esquina del campamento minero, que rápidamente detectaron como un infectado por la misma maldición que casi había matado al medioelfo. No era malvado, pero sí que era un agente infeccioso y un gran peligro. El druida requirió del poder de Cuervo para curarlo, pero el alderlander estaba demasiado contaminado como para poco más que darle las gracias a Ídril.
Kurt y Tháendan notaban reacciones extrañas desde un tiempo atrás. Habían descubierto que de las aldeas ailanders arrasadas (como la aldea de Harik) había abalorios de los habitantes en muñecas y cuellos tanto orcos como goblins. Aquéllo no gustó. Los Cuervos entendían que era una prueba de que orcos y goblins estaban detrás de los ataques a asentamientos humanos. Intentaron sacar información a varios, pero insistieron en que no, que habían obtenido aquellos colgantes y pulseras comerciando.
Los tres estaban descolocados. Habían llegado a un pacto con los clanes de Vorsinghall, y lo habían refrendado aquí con el líder orco Uraz el Joven. Ahora los miraban con suspicacia y cierto desprecio. El propio Uraz el Basileo (padre del Joven) estaba en Zarakzán y, para recibirlos exigió que se desarmaran para entrar en su tienda y los trató con bastante condescendencia. Descolocados de todo.
La charla con el Basileo no llevó a ninguna parte. Finalmente decidieron buscar a Uraz el Joven dentro de la mina. Dejaron a Kurt con los gusuks en la esplanada de Zarakzán mientras Ídril y Tháendan entraban.
El interior de la mina estaba ya plagado de hongos, que soltaban esporas alegremente. Em teoría mantenían alejados a los anélidos, así que simplemente se taparon nariz y bos y siguieron adelante, preguntando a algún orco o goblin que se encontraban trabajando por dónde estaría el Joven. Ídril tuvo que hacer uso de sus plegarias para lograr seguir un camino que lo llevaría, elevándose por el interior de la montaña, hasta una salida que llevaba a un pequeño hueco llano entre los picos de la Fauces del Dragón. La nieve pisada se extendía por la superficie circulas de varias decenas de pasos de diámetro. En su centro había cuatro orcos, uno de los cuales iba enmascarado. Por su voz era Uraz el Joven. Hablaba en una lengua extraña, pero el druida entendió que estaban realizando una invocación... y el nombre de Dráxsalom se escuchó en varias ocasiones...
Aquellos orcos estaban como poseídos. Cuando Tháendan e Ídril se preparaban para salir y pedir explicaciones por lo que estaba ocurriendo vieron que el ritual llegó a su fin, y la enorme figura traslúcida de un dragón. En ese momento fueron descubiertos... Los gritos de los orcos, sus armas desenvainándose, gritos dentro del túnel por el que habían emergido para presenciar el ritual...
No podían arriesgarse: cubriéndose entre las rocas comenzaron a bajar por las capas de nieve y el pedregal que yacía bajo ella. El desnivel hasta la llanura del sur era grande, pero prefirieron ese descenso a enfrentarse a algo que intuían como demasiado para ellos. Los orcos no salieron en su persecución.
Al cabo de unas pocas horas llegaron al pie de la montaña, llenos de magulladuras y agotados. La desconfianza y la fortuna hicieron que Kurt saliera fuera del recinto de la mina al ir percibiendo cada vez con más fuerza miradas de desconfianza y desprecio por parte de los orcos del campamento, así que había decidido salir con los gusuks. Gracias a ello y a su gran vista el wolfkin pudo ver el descenso abrupto de sus dos compañeros, dándole tiempo a salirles al encuentro.
Los tres se ocultaron tras una loma entre matorral de montaña.
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