domingo, 19 de septiembre de 2021

Forbidden Lands: Mulgora

El grupo pasó buena noche en Tyr Melián. La presencia de Evell, Adulf y Berny era una novedad. El bardo estaba reacio a permanecer en la torre, pero la historia de cómo fue saneada y otras vivencias del grupo hicieron que su curiosidad aumentara... y ya se sabe que la curiosidad de un bardo es superior a cualquier miedo.

Evell ocupó una zona del soportal exterior con gallinas y empezó a preparar un pequeño huerto en la cara norte de la torre, cerca de un manantial. Adulf dio vueltas por la zona, jugando con un palo a modo de espada, y parándose de cuando en vez a ver qué plantas y árboles había por los alrededores: el chaval localizó varias verduras, frutales y hierbas para infusionar.

Mientras, el grupo se preparó para viajar al islote del este. El de las luces y los supuestos fantasmas. Salieron tras una nueva noche de lluvia de meteoros y auroras. La mañana era fresca, pero el Bajoinvierno remitía y se acercaba ya el tiempo más cálido. 

Al cabo de unas pocas horas encontraron el primer obstáculo en la línea de acantilados sobre la costa: restos de una crecida, o tormenta, o vendaval. Rocas y troncos en un desprendimiento que obstaculizaban el paso. Decidieron separarse de la costa para rodearlo, pero perdieron varias horas en conseguirlo. Prepararon un campamento sobre uno de los cantiles, a tiro de piedra del islote, cobijados por unos árboles y rocas al norte y este (lo cual se agradecía, ya que la brisa nocturna era molesta). Idril vería, con su visión de druida, que había una choza habitada y una suerte de coracle cerca de la orilla del islote que miraba al norte, hacia ellos.

La noche atrajo la bruma, y la niebla... y peor: la Niebla Roja. Sólo la hoguera parecía hacer que los zarcillos de oscuridad se replegaran. Entre la oscuridad apareció una figura humanoide... ¡un terrible Sanguíneo surgió de la caliginosa oscuridad! Kurt usó su arco y Tháendan su espada de sílex, pero parecía que sus certeros golpes hacían poca mella en la criatura. Idril recordó: "¡Luz y fuego! ¡Usad la hoguera!".

El Sanguíneo

Los tres tomaron maderos ardientes de la hoguera y se los lanzaron al horror, el cual vio también sus ataques con sus brazos-cuchilla frustrados por la habilidad de los tres amigos... distaban de ser simples comerciantes o pueblerinos sorprendidos por la noche y la niebla: eran Cuervos de Plata, y eso debía contar. La criatura, incinerada, desaparecería de su vista. Permanecieron alerta hasta el amanecer, cuyo sol mostró signos de lucha, pero ni rastro del ser.

Descendieron el largo tramo que les separaba de la playa, entre rocas, raíces y arena. Una vez allí rebuscaron por la playa. Conchas, restos de peces, rocas... y madera de deriva: un tronco lo suficientemente grande como para ayudar al más ligero de ellos a superar los más de 200 pasos hasta el islote. Kurt, el wolfkin, se desvistió y se cruzó el cinturón de la espada corta al pecho, dejándola colgada da su espalda. Se quedó en pantalón y camisa en esa fresca mañana y se fue metiendo en las gélidas aguas agarrándose al madero.

Logró cubrir una larga distancia, pero el frío, entumecimiento y el cansancio hizo mella en él cuando ya había avanzado 3/4 del camino. No aguantaría mucho más, y empezaba a tragar agua. Fue entonces cuando vio un bote y alguien lo ayudaba a subir. Agradeció el gesto tiritando. Dijo que venía de Boldhome, y que no era enemigo. El remero le dijo con voz grave que lo llevaría de vuelta a la playa, y que se perdiera. Kurt observó a su salvador: más grande que él y muy musculado, de hombros marcados y con un rostro duro tapado por una capucha raída. Se adivinaba un rostro anguloso y orejas de punta largas y adornadas por pendientes. El color de su piel, indefinido entre gris, verde o marrón, tenía confuso al wolfkin. 

Al llegar a la arena le ordenó bajar, mientras Tháendann e Idril saludaban. Al extraño, o tal vez extraña por lo que entendía Idril, debía ser de raza orca. Se mostró arisca y con ganas de volver a su islote. Les pidió que avisaran en su casa, Boldhome, que el islote no era un punto a visitar. El medioelfo le aclaró que no venían de Boldhome, sino de Tyr Melián. Que eran Cuervos de Plata. 

Mulgora

La mujer orco bajó del coracle y retiró la capucha de su cabeza. "¿Tyr Melián? ¿Y sois Cuervos?" dijo mientras un colgante de plata igual al de Idril brillaba en su pecho. "Mi nombre es Mulgora. Creo que tenemos mucho de qué hablar". Kurt recordó que los picheles de plata que encontraron en la torre tenían la firma rúnica de platero de un tal Mulgor.

El coracle, cargando con los cuatro miembros de razas diferentes, avanzaba sobre el mar hacia el islote del Fantasma en aquella mañana fría, pero ya no tanto, del mes de Bajoinvierno.

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