Seguimos con nuestra campaña, esta vez con todo el grupo.
Ahora que estaban todos, y tras haber retrasado durante semanas de juego el retorno a la Torre de la Luz (una torre de unos 3 pisos de altura, que al parecer había sido un templo de la justicia), acometieron esa empresa.
La Torre, rodeada por restos de edificios de madera que en algún momento habían sido almacenes, pequeñas chozas y corrales, estaba empezando a ser preparada para su defensa por medio de empalizadas de esos mismos restos. Goblins (seguidores, tal vez, del extraño líder que incendiaba El Verdor al norte), ensamblaban madera para impedir la entrada en la Torre hasta que vieron venir a nuestros héroes y les lanzaron una salva de flechas.
Los pusieron rápidamente en fuga y, explorando la Torre, fueron capaces de encontrar la entrada secreta (usando uno de los anillos de identificación del Mago Malvado de Villestro) que comunicaba con un subterráneo donde, encadenado durante lustros, estaba el Templario: un elfo greñudo arrodillado al que se sangraba por goteo con la intención de recoger su sangre ambarina.
Rompiendo las cadenas con su espada élfica de fuego, Samael liberó al Templario. La espada había "hablado" en diversas ocasiones con Samael, y una suerte de complicidad había surgido entre el joven y el arma.
Ayudaron al elfo a salir de la catacumba, que se cerró tras ellos. La llama de la Torre seguía encendida.
Hablando con él descubrieron que el Mago Malvado lo había encadenado y era quien hacía despensa con su pelo y su sangre de ámbar para la realización, suponía, de impíos rituales (Damien el mago se relamía fuera de escena). Sin embargo, tras la caída del Mago, el Templario había acabado allí encadenado sin más sustento que su propia energía por casi 20 años.
Ahora, cansado y con su alma casi agotada, pero libre al fin, sentía la responsabilidad de que la Torre volviera a estar vigilada y la justicia equilibrada en estas tierras.
La espada flamígera era, claro está, suya; pero sentía que ahora pertenecía a Samael. También les dijo que poseía varios objetos singulares, que regaló al grupo como recompensa por su libertad: una camisa de malla, una espada-lanza extensible, una máscara de mago, piedras de invocación de montura...
Samael, de todas maneras, rechazó la oportunidad de velar sus armas en la capilla y formar parte del Templo de la Justicia. El elfo, de nombre Elendûr, comprendió que no todos están preparados para tal carga. Samael, habiendo perdido la confianza de la espada, la entregó. El nombre de Afouta de Pardaces fue propuesto para ocupar el puesto, pero esa aventurera viajaba por todo Villestro y más allá y nunca se sabía dónde tenía su parada.
Volviendo en dirección a Silvouta a la mañana siguiente, cabizbajos y pensativos, vieron cómo la luz de la Torre se apagó desde varias millas de distancia. Volvieron raudos y a coste de quedarse sin provisiones, pero no fueron capaces ni de entrar en la Torre ni en la capilla donde Elendûr les había entregado los regalos. Era como si no hubiera nadie por allí.
Más cabizbajos y pensativos todavía, pusieron rumbo a Silvouta: el Verdor se extendía, los elfos del sur invocaban criaturas monstruosas, y los goblins rondaban ya la linde norte... ¿qué más zancadillas les guardaba el destino?