Aquella chavala no tenía ni quince años y estaba en pleno coma etílico. Disfrazada de diablesa sexy, y menor de edad. Aquellos malditos años '80 acabarían con todo el puto país.
Chuck la cogió del suelo, y uno de los otros seguratas de la discoteca había llamado ya a urgencias. En breve se encontró fuera de un box del Central, con los médicos luchando por la vida de la cría.
Chuck se miró las manos, impregnadas de olor a vómito. No era la primera ni sería la última. No de todos los tiempos, ni de esta semana. Esas niñas. No hablaban ni papa de inglés, y siempre acompañaban a gordos sebosos cabrones con fajos de billetes tan grandes como su culo. En la disco tenían orden de dejarlos pasar. De no mirar demasiado. De no hacer preguntas. Pero algo siempre hacía que los engranajes de la mente de Chuck se atascasen y chirriasen. Siempre.
En este caso la niña se había pasado y el gordo se había esfumado. Pobre cría.
En este caso la niña se había pasado y el gordo se había esfumado. Pobre cría.
No era su familia. Ni su amigo. Joder, no sabía ni su puto nombre. Pero allí estaba, rellenando los datos de la paciente Jane Doe #345 de aquel año. Y aquel tipo, el médico de urgencias que la había salvado... ¿No era Kuro, el chico vietnamita con el que había coincidido en el orfanato de San Judas? Tiene tela lo rápido que pasa el tiempo y lo rápido que vuelven los recuerdos.
Kuro tenía manos de artesano. La muchacha sobreviviría. Kuro y Chuck, vaya pareja hacían. Podrían contar historias; pocas, porque el trato había sido breve, pero con un par de episodios muy memorables. Que sí, que estoy pensando en ese. Ya sabéis: la paliza a los hermanos Smith. Dos contra cinco. Los cinco peores hijos de puta de todo el orfanato. Broncas diarias, robo de comida a los críos pequeños, palizas en grupo. Siempre en grupo. Pero aquel día se la devolvieron, maldita sea.
Se tomaron un café recién hecho en una furgoneta en el exterior de Urgencias que también vendía bollería y perritos variados. Y charlaron de los viejos tiempos. Y de lo oscuros que se estaban poniendo los nuevos. El ruido del frenazo los trajo de vuelta al mundo: una limusina delante del porche de Urgencias dejó caer a otra. Otra niña. Disfrazada. Y aceleró a fondo.
La vieron esquivar a unos y otros, con tanta fortuna que el camino por el que salió estaba prohibido, y el agente de seguridad había levantado los clavos curvos que permitían entrar, pero no salir: los neumáticos estallaron al unísono, pero la limusina siguió avanzando unas decenas de metros. Kuro corrió a ayudar a la niña... Chuck fue a por la limusina.
Vio salir a alguien corriendo y perderse en el interior del Barrio Viejo, entre el complejo hospitalario y los Muelles. En estrechas y oscuras callejuelas fue donde lo agarró. Lo pateó. Lo machacó a puñetazos y, cuando estuvo blandito, empezó a preguntar. Y el chófer contestó. Habló de un tal Karl, su cliente de esa noche. Había ido al club con dos niñas. Al parecer había una red de contactos de chicas rusas, había unas tarjetas de visita con un símbolo parecido a una "V" que ponía "Soluciones en Compañía" con un número de teléfono.
Stephen MacAllan, un patrullero amigo de Chuck apareció en el hospital para la denuncia y todo eso. Y hablaron un buen rato. En la guía inversa de comisaría ponía que el número correspondía a un edificio del Barrio Viejo. Kuro y Chuck se miraron. Algo estaba podrido con todo aquello, y ellos había llegado al punto de No Retorno.
Kuro tenía manos de artesano. La muchacha sobreviviría. Kuro y Chuck, vaya pareja hacían. Podrían contar historias; pocas, porque el trato había sido breve, pero con un par de episodios muy memorables. Que sí, que estoy pensando en ese. Ya sabéis: la paliza a los hermanos Smith. Dos contra cinco. Los cinco peores hijos de puta de todo el orfanato. Broncas diarias, robo de comida a los críos pequeños, palizas en grupo. Siempre en grupo. Pero aquel día se la devolvieron, maldita sea.
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Se tomaron un café recién hecho en una furgoneta en el exterior de Urgencias que también vendía bollería y perritos variados. Y charlaron de los viejos tiempos. Y de lo oscuros que se estaban poniendo los nuevos. El ruido del frenazo los trajo de vuelta al mundo: una limusina delante del porche de Urgencias dejó caer a otra. Otra niña. Disfrazada. Y aceleró a fondo.
La vieron esquivar a unos y otros, con tanta fortuna que el camino por el que salió estaba prohibido, y el agente de seguridad había levantado los clavos curvos que permitían entrar, pero no salir: los neumáticos estallaron al unísono, pero la limusina siguió avanzando unas decenas de metros. Kuro corrió a ayudar a la niña... Chuck fue a por la limusina.
Vio salir a alguien corriendo y perderse en el interior del Barrio Viejo, entre el complejo hospitalario y los Muelles. En estrechas y oscuras callejuelas fue donde lo agarró. Lo pateó. Lo machacó a puñetazos y, cuando estuvo blandito, empezó a preguntar. Y el chófer contestó. Habló de un tal Karl, su cliente de esa noche. Había ido al club con dos niñas. Al parecer había una red de contactos de chicas rusas, había unas tarjetas de visita con un símbolo parecido a una "V" que ponía "Soluciones en Compañía" con un número de teléfono.
Stephen MacAllan, un patrullero amigo de Chuck apareció en el hospital para la denuncia y todo eso. Y hablaron un buen rato. En la guía inversa de comisaría ponía que el número correspondía a un edificio del Barrio Viejo. Kuro y Chuck se miraron. Algo estaba podrido con todo aquello, y ellos había llegado al punto de No Retorno.
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