Por medio del callejeo y de varios metacarpos rotos consiguieron varias pistas que llevaban a Lynnwood. Allí, en medio de los campos sembrados, había una granja que a algunos les recordaba a Wacco.
Parecía una granja normal, pero el gasto de energía era altísimo. Contaba con un sistema de videocámaras, pero Cable pudo hackearlas para que Nº10 pudiera entrar. Nº9, también uniformado, aguardaba en la furgoneta junto a su moto.
Nº10 entró y pudo acceder a una nave donde guardaban material extraño, con unos 5 guardias y otros tantos tipos con batas blancas. Desde la base los demás pudieron confirmar que se trataba de algún tipo de refrigerador para productos radiactivos. Una extraña esfera fue cargada en un furgón blindado (era un furgón de un banco, robado días atrás). El furgón salió de la granja y fue Nº9, en su moto, el que los siguió. Sí, "los". De la granja salieron dos furgones blindados con la misma matrícula, y no podían confirmar en cual estaba la esfera. Bates logró pegar un GPS a uno de los furgones y siguió al otro por la ciudad.
Mann vio que, al meter la esfera, los científicos que había en la nave usaban una especie de mando a distancia con pantalla digital. Decidió hacerse con él. Ahora que había menos guardias armados lanzó una bomba destelladora y entrando a saco en el lugar. En unos segundos había seis mercenarios inconscientes en el suelo. Pero otros dieron la alarma: cogió el "mando" y se desvaneció rumbo a la alambrada, para ver, saliendo de la casa principal, a un enorme hombre vestido de paramilitar, de rostro blanco y cabeza blanca y rapada a cero... El Coronel.
Durante las siguientes horas intentaron seguir a los furgones, pero desaparecieron en garajes privados de edificios donde, a pesar de estar vacíos, la seguridad era muy alta. Decidieron no llamar la atención y replegarse.
Y llegó la noche. El gobernador Woods y señora darían un discurso bastante importante en el Betlam Stadium. Wayland estaría allí, y Goldfield y Bates acudirían como seguridad.
Sospechaban que algo ocurriría, y Mann aguardaba en la furgoneta, oculto pero cerca del estadio.
Y entonces ocurrió: El gobernador iba a empezar a hablar ante aquellos cientos de ciudadanos, pero fue interrumpido: la enorme pantalla a sus espaldas se encendió, y un hombre rapado de tez blanca salió en ella con una sonrisa torcida. Todas las puertas se cerraron, y paramilitares armados surgieron de todas partes.
Wayland, Goldfield y Bates se miraron, y se dieron cuenta de que estaban enjaulados.
Nº10 entró y pudo acceder a una nave donde guardaban material extraño, con unos 5 guardias y otros tantos tipos con batas blancas. Desde la base los demás pudieron confirmar que se trataba de algún tipo de refrigerador para productos radiactivos. Una extraña esfera fue cargada en un furgón blindado (era un furgón de un banco, robado días atrás). El furgón salió de la granja y fue Nº9, en su moto, el que los siguió. Sí, "los". De la granja salieron dos furgones blindados con la misma matrícula, y no podían confirmar en cual estaba la esfera. Bates logró pegar un GPS a uno de los furgones y siguió al otro por la ciudad.
Mann vio que, al meter la esfera, los científicos que había en la nave usaban una especie de mando a distancia con pantalla digital. Decidió hacerse con él. Ahora que había menos guardias armados lanzó una bomba destelladora y entrando a saco en el lugar. En unos segundos había seis mercenarios inconscientes en el suelo. Pero otros dieron la alarma: cogió el "mando" y se desvaneció rumbo a la alambrada, para ver, saliendo de la casa principal, a un enorme hombre vestido de paramilitar, de rostro blanco y cabeza blanca y rapada a cero... El Coronel.
Durante las siguientes horas intentaron seguir a los furgones, pero desaparecieron en garajes privados de edificios donde, a pesar de estar vacíos, la seguridad era muy alta. Decidieron no llamar la atención y replegarse.
Y llegó la noche. El gobernador Woods y señora darían un discurso bastante importante en el Betlam Stadium. Wayland estaría allí, y Goldfield y Bates acudirían como seguridad.
Sospechaban que algo ocurriría, y Mann aguardaba en la furgoneta, oculto pero cerca del estadio.
Y entonces ocurrió: El gobernador iba a empezar a hablar ante aquellos cientos de ciudadanos, pero fue interrumpido: la enorme pantalla a sus espaldas se encendió, y un hombre rapado de tez blanca salió en ella con una sonrisa torcida. Todas las puertas se cerraron, y paramilitares armados surgieron de todas partes.
Wayland, Goldfield y Bates se miraron, y se dieron cuenta de que estaban enjaulados.
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