Forendil estaba lo suficientemente fuerte como para salir al exterior. Recogieron todo y, después de que Díndae saliera a rastrear, se dirigieron a la puerta este de Annúminas, bajo la cual el montaraz había visto un grupo de orcos adormecidos, protegidos de la luz solar.
Forendil poco podría hacer: un disparo a lo sumo, pero hacia allí fueron. Cinco orcos, todos acabaron muertos bajo la arcada de granito. Los arcos habían cantado y las espadas de Díndae habían bailado.
Con Forendil sobre el caballo, apuraron el paso hacia Daembar.
Allí fueron recibidos con alegría, y atendidos por Ellenhen en la Casa de Curación. Largo y tendido hablaron con Kargor y Thorongil y, más tarde, con Feagorn, que llegó poco después muy fatigado y con los dedos de los pies congelados. Había llegado junto con un arisco y poco hablador Belegost.
Díndae intentó hablar con él en varias ocasiones, pero siempre lo dejó con lapalabra en la boca. No era normal aquella actitud.
Feagorn les contó que habían recorrido muchas millas ayudados por una bebida especial que enaltecía el espíritu (¿miruvor?). Y que Belegost había hablado con muchos extraños y se había enterado de muchas cosas, la mayoría inescrutables para el joven montaraz.
Días después Arador llamó a Thorongil, y hubo una reunión con Belegost. Al parecer, éste había oído rumores de que Seregring estaba en las cercanías de Fornost, quizá en la Quebradas del Norte. El grupo tenía una nueva misión: cazar a Seregring.
Primero debían ir a Scary y vaciarlo, ya que su posición estaba comprometida, según los informes que traían los montaraces. Traerían de allí más miruvor.
Así lo hicieron, y descubrieron que, efectivamente, el alcalde de Cavada Grande les había enviado un escrito formal de deshaucio inmediato a los hombres de Scary, que no sabían si reír o echarse a temblar. La mina fue desalojada en previsión de cualquier posible ataque.
El regreso a Daembar fue rápido. Se rearmaron y tomaron provisiones, les dieron petacas de miruvor y pusieron rumbo a Fornost. El viaje fue sencillo, y casi no encontraron lobos blancos cerca. Los que vieron, huían.
Fue a un par de millas de Norburgo donde vieron dos sombras escurrirse por el exterior del primer muro. Las siguieron, y éstas soltaron una bandolera, un fardo, o algo así. Los perdieron de vista, pero Kargor examinó el bolso: nada de interés, salvo un saquito de hierba aromática, quizá para pipa.
Al entrar en Fornost vieron a Morgil y Angion que les salían al paso y los saludaban. Kargor iba algo atrás , pendiente de las hierbas. Cogió una pizca y las saboreó.
Thorongil y Díndae se giraron y vieron cómo el enorme dúnadan de más de dos metros se desplomaba en el suelo como un saco de piedras.
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